martes, 28 de enero de 2014

José Martí y el vino: A la entrada de la viña (Audio)



Hay quienes por difamación atribuyen a José Martí el vicio por la Ginebra, pero él era un amante moderado de los vinos, ese líquido que incluso enaltece la Biblia y del cual refirió en sus cartas, discursos, artículos y poemas.

«Regocijo del corazón y contento del alma es el vino bebido a tiempo y con medida»

Pareciera verlo aparecer. Entrar en traje negro, un poco empolvado, como quien recorre varios kilómetros buscando algo. Llega casi al anochecer y  se sienta en una mesa, de las más discretas, para cenar. El dinero no alcanza para mucho, pero lo comida debe ser buena, aunque sea poca y no esté entre los manjares más exquisitos. Por último, no debe faltar una buena copa de vino, mucho mejor si es Mariani, entre los más agradables de la época.
Tal vez así, fueron muchas de las noches de José Martí durante su estancia en los Estados Unidos; noches frías en las que solo una buena copa podía traer calor al cuerpo.
Hay quienes errónea y difamatoriamente atribuyen a «Pepe» el vicio por la Ginebra, bebida alcohólica holandesa obtenida a base de un 30 por ciento de cebada y cereales, pero él era amante de los vinos, ese líquido que incluso enaltece la Biblia y del cual refirió con igual pasión en sus cartas, discursos, artículos y poemas.
«El vino es vida líquida, y sangre de la tierra, que trae espíritu al hombre».

 José Martí vinicultor
«Solo alguien dedicado a este oficio puede describirlo con total exactitud», comenta Nelson Ayo Li, vinicultor cienfueguero con más de 30 años en esta labor.
«No sé si en algún momento de su agitada vida pudo visitar algún viñedo, o conocer de cerca el proceso de producción, pero sus escritos sobre el tema denotan un apasionado y profundo conocimiento de la cultura vinícula y su sensibilidad para detectar olores y sabores en aquellos de mejor calidad», subraya Ayo Li.
En varios de sus escritos se refirió el Héroe Nacional a las plantaciones de uvas. Sobre el tema publicaría: «El verso hierve en la mente, como en la cuba  el mosto. Mas ni el vino mejora, luego de hecho por añadirle alcoholes y taninos; ni se aquilata el verso luego de nacido, por engalanarlo con aditamentos y aderezos».
Durante el siglo XIX eran los vinos europeos los más famosos, pero Martí deseaba y sabía que de este otro lado del atlántico existían condiciones para hacerles competencia.
«Para vid buena, espíritu caliente y sol brillante (…) Y no hay miedo en emprender en América este cultivo. Su uso está ya bastante generalizado en nuestros países para que no esté asegurado el consumo de cuantos vinos produzcamos, apenas comencemos a prepararlos bien. Hay que educar la uva y aprender a hacer vinos corteses y ligeros».
José Martí como catador
Aunque algunos estudiosos refieren que su vino preferido era el Mariani, gustaba también de una buena copa de Tokay  o el Chianti , este último acompañaba las variadas y baratas recetas italianas que solía encontrar en un restaurante de New York.
Sin embargo, el preferido del Apóstol, aquel creado por el químico de Córcega, Francia, Ángelo Mariani, era muy popular entre los artistas e intelectuales de la época.
A la bebida, realizada con vino de Burdeos y extracto de hojas de coca, se le atribuían propiedades terapéuticas y afirman que la consumieron hasta los mismísimos papas Pío X y León XIII.
La mezcla producía un efecto estimulador del sistema nervioso central y constituía un preventivo ante las epidemias de catarro, nada mejor para Martí, que no descansaba y seguramente andaba tarde, y poco abrigado, durante las frías noches de New York.
A pesar de sus preferencias, pudo caracterizar los vinos europeos y hasta los que comenzaban a producirse en América.
«(…) Y es allí, junto a la puerta,(…), se destapa el espumoso de Borgoña o el célebre Johannisberg. Francia hace muy buenos negocios con esos vinos en la América Central. Los Californianos empiezan a abrirse paso en el mercado con el Catawoba y los vinos tintos».
De varias regiones de España, Francia e Italia, Martí saboreó los mejores vinos, los cuales también calificó. «El vino de Navarra pesa y el de Burdeos chispea, y el de París aturde, como pócima».
Asimismo supo reconocer los perjuicios que traen las bebidas alcohólicas cuando no se toman con medida.
«(…) porque los más sensatos estaban temerosos de que el vinillo rojo de Tarento o el blanco de Geracio, que enciende la sangre de los sicilianos y pone sus manos cerca de puñales que llevan al cinto, sacase al aire los puñales, o a los labios voces inoportunas e irreverentes…»,
No cabían dudas que sus preferidos, eran los franceses.
«(…) muestras escogidas de sus vinos (Francia), que aún cortados”, “azucarados”, “procedidos” y “plastrados”, triunfan en las mesas de todas las naciones sobre sus desdeñados y menos bien preparados rivales. No está todo en producir, sino en saber presentar».
José Martí, el vino y Nuestra América
Incluso en el cultivo del vino Martí fue capaz de avizorar su desarrollo en el continente.
«Nuestra América, a penas lo quiera, producirá buenos vinos. (…) Chile y Perú dan vinos ya no malos; de la frontera del Norte, van a México unos vinillos suaves y rojizos que auguran una excelente industria. Guatemala se enorgullece con razón de sus uvas de Salamá, que parecen ciruelas de las famosas de Fontainebleau . Montevideo tiene comarcas enteras plantadas de cepas. En Buenos Aires, allá en los confines de Bolivia, cunde la afición al cultivo de la vid».
Y como quien podía ver a través de una bola de cristal el futuro, o conocía tanto el hombre y el mundo, como para predecirlo, son esas naciones las más exitosas en la vinicultura.
«Ya se espera con gozo la obra importante de esos diez y siete mil arados de acero que rompen ahora las fértiles tierras uruguayas. La vid crece allí de manera, y da tan ricas uvas, que, con poca labor de vinería, van a obtenerse sólidos y gratos y vinos».
Y si sale agrio, ¡es nuestro vino!
Del vino cubano no habló mucho. Al menos no de ese hecho de uvas, pero reconoció otros como el mezclado de naranja, y piña de Ratón que servían a los visitantes en Camagüey; o el de plátano, que de salir agrio, era nuestro vino.
Martí era, ciertamente, un amante de los vinos. Prisionero de ese «culto pagado a las generosas uvas»
«Hay en la vid algo del espíritu del hombre. Los alcoholes abominables agobian y embrutecen. El vino, sano y discreto, repara las fuerzas perdidas».
Cantor del vino
Varios fueron los poemas en los cuales hizo referencia a esa bebida o se las dedicó como en sus versos libres Vino de Chianti o en sus poemas en hojas sueltas Aquí tengo una copa magnífica labrada.
En el libro que dedicara a su hijo Ismaelillo recoge en un poema cómo su hijo es el elíxir más grato de su vida, incluso más que cualquiera de los mejores vinos.
Mi despensero
¿Qué me das? ¿Chipre?/ Yo no lo quiero:/ Ni rey de bolsa/ Ni posaderos/ Tienen del vino/ Que yo deseo;/ Ni es de cristales/ De cristaleros/ La dulce copa/ En que lo bebo.
Mas está ausente/ Mi despensero,/ Y de otro vino/ Yo nunca bebo.

Fuente:
José Martí y el vino, de Xosé Lois García
La vida gastronómica de José Martí, Jesús Saura Suárez
Diccionario Martiano
Ismaelillo, José Martí, 1976

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