miércoles, 19 de julio de 2017

Los mandamientos religiosos que nos hacen falta

El día que el cirujano de Las Tunas operó a mi mamá me dijo en el medio del pasillo, que a ella solo le quedaban dos meses de vida, que se me iba a morir pronto.
Aquella respuesta suya cuando iba de salida, apresurado, sin tiempo para responder o dialogar con los familiares del paciente, me mostró la falta de compasión de un profesional cuya carrera debe, en primer lugar —creo yo— compadecerse del enfermo.
Ojalá aquella desagradable experiencia hubiera sido la única actitud sin ética de ese reconocidísimo médico del Hospital Ernesto Guevara, pero no lo fue. Un día más tarde, ante la preocupación lógica de mi madre por su estado de salud y sin conocer aún su diagnóstico definitivo tras la cirugía, le “informó” a través de una ventana de la sala de ingresos que su caso tendría seguimiento por oncología.

viernes, 14 de julio de 2017

Diferentes y especiales

De niña mis amigos de la primaria me decían Pititi porque mis ojos se movían tanto como los de aquel muñeco del programa Dando Vueltas. Sé que me querían, pero fueron malos conmigo, y muchas veces, escondida, terminé llorando.
Otras tantas le pregunté a mi madre por aquella rareza oftalmológica que me hizo víctima del bullying en todas las enseñanzas, pero ella nunca pudo mencionar bien el nombre: ptosis palpebral.
“Fue el sereno de una noche”, “naciste con eso,” no fueron nunca razones suficientes para que me tranquilizara. Dicen, incluso, que era tan exagerado el movimiento que algunos se asustaban al verme.
Asustar yo, ¿se imaginan?, yo que fui tan buena de chiquita que dijeron que tenía retraso mental.
Pues sí, con aquel sube y baja involuntario de mi párpado izquierdo, tenía miedo cantar, hablar en público, declamar, y hasta mascar chicle. A esta altura, si no es con gafas, todavía no me echo uno a la boca. “No me gustan”, me justifico.