lunes, 13 de enero de 2014

Balada de mis dos abuelas (+Letra y poema de Nicolás Guillén declamado por Luis Carbonell)


…ansia negra y ansia blanca, los dos del mismo tamaño, gritan, sueñan, lloran, cantan.
Balada de los dos abuelos, Nicolás Guillén 


Mi abuela Josefina Reid nació en 1929. Aunque no contaba mucho sobre esa etapa, sé de su sacrificio por las penas que sentía al recordar aquellos años.
En su querido municipio Amancio Rodríguez, trabajaba como cocinera de la familia Miller (antiguos administradores del Central Francisco) me contó una vez que la primera carpeta que tuvo mi papá para ir a la escuela, tenía grabado el nombre de unos de los hijos de esa rica familia.
Ella la había recogido de las cosas que iban a botar, para darle a mi papá algo en qué guardar sus libros.
Soñaba que su hijo negro pudiera algún día convertirse en arquitecto y diseñarle la casa de sus sueños.
Cuando triunfó la Revolución, vio un rayo de esperanza para sus anhelos. Y más aún cuando papá se aventuró hacia La Habana a hacer el bachillerato y la universidad.
Mi abuela sabía que los tiempos habían cambiado y que sin importar el color de su piel, mi padre podría ser lo que quisiera.
Sin embargo, no fue arquitecto como quiso mi abuela, sino ingeniero geofísico primero, y civil después.
No pudo darle la casa de sus sueños, pero abuela no volvió a cocinar por dinero nunca más.
Aquella rica sazón que caracterizaba sus platos, y que hizo antes del 59 para contentar a los “Miller”, quienes la humillaban por ser negra y pobre, la compartió con sus amigos y familia hasta su muerte.
Días antes, había disfrutado de los danzones que bailaba en el círculo de abuelos, que le dio la Revolución.
La historia mi otra abuela, Ilumina Torres, no fue tan diferente.
Aunque era blanca, no tenía ascendencia gallega, ni de otro lugar. También fue pobre.
A duras penas aprendió a leer y a escribir y alcanzó solo un sexto grado. Junto a mi abuelo Roberto, que trabajaba en el central Francisco (hoy Amancio Rodríguez) sustentaron una familia de seis hijos, donde los mayores tuvieron que olvidar sus sueños para ayudar a sus progenitores.
Tanto que, cuando mi madre ganó una beca para estudiar piano, no pudo realizar su sueño porque tenía que trabajar para ayudar a su familia.
A puro esfuerzo mamá se hizo técnico de nivel medio, y encaminó a sus tres hijas a un destino diferente al de sus abuelos. Gracias a la luz eterna del 59.
Por suerte, mis abuelas, blanca y negra, pobres y amancieras, pudieron ver a sus hijos y nietos encaminarse en un país cuyas pesadumbres desaparecieron un primero de enero de 1959.
Aunque ya no viven, murieron sabiendo que ninguno de sus hijos volvería a trabajar para otros, ni se dejaría humillar por dinero.
La Revolución las hizo felices.





Balada de los dos abuelos
Sombras que sólo yo veo,
me escoltan mis dos abuelos.
Lanza con punta de hueso,
tambor de cuero y madera:
mi abuelo negro.
Gorguera en el cuello ancho,
gris armadura guerrera:
mi abuelo blanco.
Pie desnudo, torso pétreo
los de mi negro;
pupilas de vidrio antártico
las de mi blanco!
Africa de selvas húmedas
y de gordos gongos sordos...
--¡Me muero!
(Dice mi abuelo negro.)
Aguaprieta de caimanes,
verdes mañanas de cocos...
--¡Me canso!
(Dice mi abuelo blanco.)
Oh velas de amargo viento,
galeón ardiendo en oro...
--¡Me muero!
(Dice mi abuelo negro.)
¡Oh costas de cuello virgen
engañadas de abalorios...!
--¡Me canso!
(Dice mi abuelo blanco.)
¡Oh puro sol repujado,
preso en el aro del trópico;
oh luna redonda y limpia
sobre el sueño de los monos!
¡Qué de barcos, qué de barcos!
¡Qué de negros, qué de negros!
¡Qué largo fulgor de cañas!
¡Qué látigo el del negrero!
Piedra de llanto y de sangre,
venas y ojos entreabiertos,
y madrugadas vacías,
y atardeceres de ingenio,
y una gran voz, fuerte voz,
despedazando el silencio.
¡Qué de barcos, qué de barcos,
qué de negros!
Sombras que sólo yo veo,
me escoltan mis dos abuelos.
Don Federico me grita
y Taita Facundo calla;
los dos en la noche sueñan
y andan, andan.
Yo los junto.
--¡Federico!
¡Facundo!   Los dos se abrazan.
Los dos suspiran.   Los dos
las fuertes cabezas alzan;
los dos del mismo tamaño,
bajo las estrellas altas;
los dos del mismo tamaño,
ansia negra y ansia blanca,
los dos del mismo tamaño,
gritan, sueñan, lloran, cantan.
Sueñan, lloran, cantan.
Lloran, cantan.
¡Cantan!
Nicolás Guillén


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