Cuando Antonio se dispone a iniciar la faena,
tiene todo cuanto le hace falta para sacar adelante el negocio: harina, sal,
aceite, queso, jamón… Sin embargo, a la hora de justificar el origen de esos
recursos, su ingenio sucumbe al dilema que afecta al resto de los
cuentapropistas: ¿quién provee la materia prima?, ¿a qué gato le pongo el
cascabel?
El fenómeno parece tan complejo como los
argumentos sobre el umbral del mundo. Cada cual inventa su propia teoría para
evadir la verdad, pues de saberse, una gran explosión sucedería: ¡¡¡Big Bang!!!
Imaginen, probadas hipótesis, algunas llevadas a la certeza conferida por un
papel, quedarían desechas, al punto de conceder un espacio a las suposiciones.
Harina, sal, aceite, queso, jamón, azúcar,
pan… No siempre resultan de un ejercicio honesto, pues cuando la cuenta no da,
del otro lado del río alguien tiende su mano de ayuda, aunque ese gesto implique
una, dos o tres infracciones. ¡Qué más da!
Por
supuesto, se trata también de una cuestión lógica. Si los elaboradores de
alimentos siguieran el guión al pie de la letra, entonces no existieran, en
tanto los altos precios y el desabastecimiento de los mercados, constituyen frenos
a su desempeño. Ya estarían en quiebra.
La rentabilidad se deriva de la capacidad de
gestión de los cuentapropistas con los ineficientes organismos del Estado,
pilares, paradójicamente, de la eficiencia de timbiriches, paladares,
restaurantes… y cuantas iniciativas privadas robustecen el panorama cubano
actual.
Solo así logra Antonio asegurar los insumos
que necesita. Su harina no es la cotizada en divisa ni en moneda nacional, sale
de las panaderías —de qué otra forma explicar a la gente la mala calidad del
pan de no ser con un asalto a mano armada―; similar ocurre con el aceite (nada
de comprarlo en CUC, iluso quien lo cree); y el queso, a treinta pesos la libra
(un pedacito), procede de las cafeterías, donde de invertir la misma suma de
dinero en bocaditos de queso a 1.40 CUP, se consigue mucho más.
Y esto por aludir a caminos claroscuros,
porque los oscuros nos llevarían a una productiva discusión sobre vendedores
ambulantes y, por efecto o defecto, a contactos directos con la industria,
además de idealizadas mermas. Quien inventó la ley, hizo también la trampa. No
obstante, las opiniones aquí vertidas no emergen del vacío, emanan, por el
contrario, del intercambio con funcionarios del Ministerio de Comercio Interior
(MINCIN), trabajadores no estatales, y cubanos hechos de palo y piedra.
Tristemente, solo en el margen de la
especulación asoma la realidad. El cuentapropismo disimula ser una brecha al
desarrollo de los servicios, pero aún no lo es: se alimenta de las arcas del
gobierno, le estafa, y colma de vicios el círculo adónde va el dinero, al
extremo de mantener embobada a nuestra economía, víctima de tejemanejes y
mareos.
La regla tiene sus excepciones, aun cuando
poco disminuye las consecuencias. Y sin ánimo de justificar el delito, los
mecanismos de gestión aprobados para los trabajadores privados devienen
risibles, toman la forma de un trampolín hacia el sostenido desfalco.
Por eso, el reclamo de un amplio mercado
mayorista clasifica como una urgencia para los cuentapropistas, pues más allá
de las ventajas implícitas—precios moderados, garantía de productos, suministro
estable—, importa la salud económica de un país bloqueado y saqueado desde
adentro. Y no hablamos de prescindir de un sector necesario en la sociedad,
sino de perfeccionar un sistema irregular, deforme, no definido.
Hacia 2015, buena parte de la gastronomía y los
servicios correrán a cargo de las nuevas formas de gestión promovidas en el
marco del proceso de actualización en la Isla. Entonces, habrá que preguntarse
seriamente si el fin justifica los medios, al margen de lo dicho al fisco (comprobantes
en mano) o expuesto sobre un papel.
De seguro, las respuestas serán diversas, y
tal vez entendamos a Antonio. “Él cede al robo porque no le queda otro remedio”,
nos diremos en el frustrado intento por salvar nuestra conciencia. O quizás, a
fin de evitar la hecatombe, alarguemos aún más la incógnita: ¿quién nació
primero, la gallina o el huevo?, ¿por dónde le entra el agua al coco?, o mejor,
¿dónde comienza la corrupción?...
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