Las primeras imágenes desgarradoras del 26 de
julio de 1953 las vi en las páginas del libro Moncada, donde guardaba cuando
niña mis cuquitas. Debe ser por eso que con mis muñecas de papel yo jugaba a la
“clandestinidad” o combatía junto a Fidel, Abel y Melba en aquellos días de
carnavales en Santiago de Cuba.
Cuando años más tarde visité por primera vez
el Cuartel Militar convertido en museo y escuela, comprendí que esas historias
que protagonizaba con algún personaje ficticio en mi infancia, fueron cuentos
felices comparados con la cruda realidad de aquella madrugada de domingo.
Era imposible para mi imaginación de pocos
años comprender la osadía de los jóvenes que integraron La Generación del
Centenario, quienes llegaron por primera vez a Oriente, en algunos casos, para caer
allí.
Eran muchachos de varias procedencias, desde
los más humildes choferes hasta estudiantes universitarios. Llegaron a Santiago
por todas las vías posibles, cargados de libros, armas, sueños.
Dicen que la noche anterior no pudieron dormir
ante la ansiedad del suceso. Algunos, los menos, se acobardaron. Los otros
salieron en autos cuando amanecía, cantando el Himno Nacional.
Hacia la posta tres del Cuartel Militar, el
Hospital Civil y el Palacio de Justicia se disgregaron, para garantizar la
caída de disparos desde todos los flancos, pero la acción fracasó.
La fotografía de José Luis Tassende a punto
de morir y mirando fijamente a la cámara fue en aquel libro, la más impactante
para mí. Aún lo es. La imagen lo mostraba herido en una pierna, contemplando
sereno su destino final. Para colmo fue presentado por error como uno de los
soldados batistianos que “heroicamente” había sobrevivido. Cuando pudieron
rectificar solo informaron: “muerto en combate”.
Una de las historias más conmovedoras es la
del médico que arrancó de la bata blanca su nombre, porque se había convertido
en combatiente y fue asesinado cobardemente por la espalda. O el muchacho de
los zapatos de dos tonos, a quienes castraron pero mantuvo intacta su
virilidad, sus convicciones.
Pero no creo que haya sufrimiento parecido al
de aquellas muchachas agarradas a los barrotes de la cárcel mientras escuchaban
las torturas de sus amigos, hermanos y amores.
“Hay esos momentos en que nada asusta… Ni el
silencio aterrador que hay en los ojos de los que han muerto… Ese momento en
que la vida, por lo mucho que importa y por lo importante que es, reta y vence
a la muerte… Y en ese momento uno puede arriesgarlo todo por conservar lo que
de verdad importa, que es la pasión que nos trajo al Moncada”, contaría una vez
una de ellas.
Tantas veces narrados por esos que
sobrevivieron, los sucesos del 26 de julio de 1953 cumplen 61 años, casualmente
ese número es la misma cantidad de los hombres que murieron, la edad de mi
papá.
En 2010, el cantautor Silvio Rodríguez, con
motivo del aniversario 30 de la muerte de Haydée Santamaría Cuadrado, escribió
en su página personal www.segundacita.cu: “Ella me hizo ver que la Historia , con mayúsculas,
la escribían personas. Y que todo el mundo, por humilde que fuera, tenía la
oportunidad de asaltar un Moncada en su vida”.
Entonces
es solo descubrir y vivir intensa y apasionadamente, el Moncada que nos toca
asaltar.
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