Aquel día lluvioso que Hugo estuvo en mi
barrio yo todavía no vivía aquí. Dicen que no pudo resistir el calor de los
cienfuegueros que lo esperaban en Cuatro Caminos, Pastorita.
Sin importar la lluvia, detuvo el carro y
bajó a saludarlos. Su constante movimiento no dejaba al guardaespaldas mantener
la sombrilla sobre su cabeza y entonces, seguramente como los cubanos que lo
besaban y abrazaban, Hugo se mojó.
De esa tarde, que yo sepa solo existe una
foto, que una periodista entre la emoción de verlo y el capricho de la
naturaleza apenas pudo tirar.
Cuentan que era un hombre tan simpático,
campechano y ocurrente que era imposible no quererlo. Y también los cubanos lo
quisimos, aunque muchos nunca tuvimos el privilegio de conocerle.
Cuando vino al mundo hace ya 60 años, nadie
imaginaba que se convertiría en el mejor amigo de esta Isla. Mucho menos Fidel,
que un año antes atacaba el Cuartel Moncada, caía preso y soñaba una Revolución cubana para América.
¡Benditos caprichos de la historia que junta
a los hombres buenos para vivir siempre!
Sabaneta de Barinas, Venezuela, 28 de julio
de 1954, marcaría su acta de nacimiento y con apenas un día era parte ya de la
Generación del Centenario que honraba al Apóstol, porque él también lo hizo, un
tiempo después.
Entonces traspasó su grandeza las fronteras
bolivarianas, su patria era América, como nos enseñó Martí.
Y así
anduvo por el continente: navegando el Río Amazonas, hermanando pueblos, dejándonos
su risa, cantando canciones de amor, justicia y libertad.
La última vez que estuvo en Cienfuegos,
tampoco pude verlo. Yo todavía no vivía aquí. No fue un día lluvioso, sino de
mucho sol, porque la naturaleza, que sabía, no quiso opacar su llegada. La
gente no salió a Cuatro Caminos, no pudieron verlo, pero aún lo siguen
esperando.
Foto: Magalis Chaviano
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