lunes, 14 de abril de 2014

¿Quién tiró la tiza?


En coautoría con Roberto Alfonso Lara
 ¿Es posible ser blanco y tener ADN negro, o viceversa? Sí. Investigaciones realizadas en varias provincias demostraron que sin importar el color de la piel, todos los cubanos llevamos en la sangre un porcentaje de ancestrales genes europeos y africanos. Incluso, en algunas personas blancas más de la mitad de la composición genética proviene del llamado continente negro.
 El análisis estadístico permitió conocer que el proceso que da origen a este mestizaje ha tenido lugar durante siete generaciones, lo que equivale aproximadamente a 200 años.
 Según datos arrojados por el censo de 2012, aunque aún predominan las personas blancas (64,1 por ciento) sobre los «no blancos», la composición de nuestra población tiende a la mescolanza. Queda claro que en cada región los indicadores no se comportan de la misma forma, una consecuencia del devenir histórico, económico y sociocultural de cada territorio.
 En Cienfuegos existen poco más de 404 mil habitantes y casi el 76 por ciento corresponde a los de piel clara. Sin embargo, aquí, como en otras partes de la Isla, quien no tiene de congo, tiene de carabalí.
Afrocubanismo: ¿opio del pueblo?
 Ajiaco. Tal constituye el término empleado por el etnólogo Fernando Ortiz para identificar la convergencia racial y/o cultural en la Mayor de las Antillas, aun cuando esa cohesión subsiste lejos del sentido armónico que indica el propio concepto, pues dentro de la «caldosa» algunas sustancias opacan el sabor de otras. Y en tal sentido, el afrocubanismo parece algo desfavorecido.
 Pese al esfuerzo institucional en virtud de suprimir cualquier síntoma de discriminación, la historia escrita todavía refleja, de manera insuficiente, el protagonismo de negros y mestizos durante el proceso de construcción de la nacionalidad.
 Manuel Martínez Casanova, antropólogo cienfueguero, subraya la función de los cabildos en el largo camino hacia la independencia. «Muchos mambises salieron de estas instituciones, y no debemos temerle a dicha verdad. Pero hay una tendencia a resistirse, a atrincherarse».
 En la región centro sur del país, un rol importante asumió el cabildo Los Congos, sociedad que sirvió de refugio para buen número de los alzados contra el régimen español, lo cual determinó su expulsión de la villa de Fernandina de Jagua, recuerda David Soler Marchán, especialista del Centro Provincial de Patrimonio Cultural.
 No obstante, persiste cierta inclinación al olvido, contraria a la postura oficial asumida por la Revolución, promotora de un cambio de perspectiva en el acercamiento a las tradiciones afrocubanas, y sobre todo, a las prácticas religiosas.
 De hecho, el Dr. Esteban Morales Domínguez, Investigador Titular del Centro de Estudios sobre Estados Unidos, reconoce que como nunca antes las estructuras de poder procuran desplegar una política en busca de la equidad y de la igualdad social, cercana, no pocas veces, a los mismos bordes del igualitarismo.
  Para Lourdes Millet Ramos, directora del Museo de Guanabacoa, se trata de costumbres practicadas hoy por muchas personas. «Ya no hablamos de una religión marginada, ni de negros, sino de una religión de pueblo. Evadirlo es negar una gran parte de nuestra identidad».
 Criterio similar manifiesta Martínez Casanova: «El proceso revolucionario permitió una apertura de lo prohibido. Antes la gente se escondía los collares. Hasta 1934 tener un tambor en la casa era un delito, el ñañiguismo una cosa loca; la policía reprimía los cultos y había una gran persecución. Incluso, se tenía una imagen falsa del negro, visto como criminal, malo, brujo, relacionado incluso con ritos de sacrificios humanos».
 Aunque en la actualidad imperan concepciones positivas en torno al tema, algunos especialistas ponen entredicho el proceso de institucionalización pretendido por el Gobierno, en tanto subrayan la delincuencia dentro de la comunidad afrocubana.
 Estudios realizados en la década de 1980 demostraron que los cubanos de origen negro aparecían como los más propensos a delinquir, con conductas propias de un comportamiento marginal, según reportaban los índices de peligrosidad en los barrios.
 «El tema de la criminalidad no resulta incierto. Personas con desviaciones morales se acercan a la religión con el fin de buscar apoyo de los Orishas ante un acto judicial. Ahora, tampoco responde a la generalidad. Pero sí hay mucha gente de la religión yoruba presa, y no injustamente, sino por delitos comunes despreciables. De ahí, la necesidad de enfocarnos en los valores, más que en los cultos y rituales», advierte René Cuevas Blanco, sacerdote de Ifá.
 De cualquier forma, el legado negro trasciende razas y convencionalismos, al insertarse en el imaginario popular. La localidad de Palmira deviene ejemplo, al coexistir allí varios cabildos, cuyas actividades se convierten en todo un fenómeno sociocultural. Sin embargo, aun en ese marco, todavía perduran reticencias.



 «Lamentablemente ocurre así, no podemos cambiar siglos de mentalidad de la noche a la mañana; quedan cosas por hacer. Los prejuicios raciales permanecen. La gente suele abrirse más con las instituciones eclesiales, y les cuesta trabajo hacerlo con las afrocubanas», precisa Martínez Casanova.
 El problema subsiste en la conciencia. Solucionarlo requiere ir más allá de voluntades políticas. Ninguna religión, y el afrocubanismo menos, constituye opio del pueblo. La realidad supera este enfoque marxista; mas no debemos pecar de ingenuos al creer que, en fecha tan temprana como 1962, la Revolución eliminó el racismo. Tal proclama fue una utopía.
Todos somos un poco nísperos
 Aunque el proyecto social cubano pretendió suprimir los prejuicios raciales, solo pudo hacerse en el ámbito legal. El propio líder Fidel Castro lo reconoce en entrevista realizada por Ignacio Ramonet.
 «Éramos entonces lo suficientemente ingenuos como para creer que establecer la igualdad total y absoluta ante la ley ponía fin a la discriminación. Porque hay dos discriminaciones, una que es subjetiva y otra que es objetiva».
  «La Revolución, más allá de los derechos y garantías alcanzados para todos los ciudadanos de cualquier etnia y origen, no ha logrado el mismo éxito en la lucha por erradicar las diferencias en el status social y económico de la población negra del país. Los negros no viven en las mejores casas; se les ve todavía desempeñando trabajos duros y a veces menos remunerados, y son menos los que reciben remesas familiares en moneda exterior que sus compatriotas blancos».
 Ante el empeño del gobierno para lograr un equilibrio racial, incluso en las más altas esferas de la sociedad, se promulgaron principios que insisten en la necesidad de abrir cauce a legítimas aspiraciones individuales y colectivas, así como enfrentar prejuicios y discriminaciones de todo tipo que aún persisten.  
 Bajo esos preceptos de la política de cuadros debiera estimularse la promoción de mujeres, negros, mestizos y jóvenes a cargos principales, sobre la base del mérito y las condiciones individuales.
 Sin embargo, a veces, en el ánimo de cumplir a cabalidad con dichos fundamentos, no solo se eligen personas sin capacidad para convertirse en líderes, sino que, además, caemos en «ridículas» estadísticas porcentuales, las cuales, lejos de unir «razas», las separan.
¿Tenía que ser negro?
 Desde el siglo XIX, los cubanos de piel oscura comenzaron a ser identificados con los peores comportamientos, con todos los defectos morales de la sociedad —una creencia que ha trascendido por los siglos, tanto así que varios con este color de piel piensan, «inconscientemente», que su rol social está destinado a bajos status.
 «Es como si los propios negros estuviéramos sugestionados», comenta el joven Yohandris Abreus Silva.  «Todavía hay quienes no se sacan de la cabeza que el negro no tiene porqué ser solo deportista, cantante o ladrón. Podemos aspirar a ser médicos, científicos o ingenieros, aunque existan ciudadanos racistas que nos llenan el camino de obstáculos».
  No obstante, hasta la imagen que se vende a los turistas en artesanía corresponde a negros o mulatos tocando algún instrumento o fumando tabaco. Quizás el ADN africano posee algún «nucleótido» musical. Puede obedecer al propio color de la madera, en ocasiones pintada; mas, está claro que uno de los atractivos de la Isla radica justo en su mestizaje.
  «Por eso cuantos aún mantienen arraigos racistas deberían tener un muñequito de estos en su casa, para que recuerden que todos somos iguales sin importar el color de la piel y que, precisamente, de los negros surgimos», señala Hilda María Ferrer Jáuregui, directora de la tienda de arte La Moderna.
 Respecto a las profesiones y opciones de trabajo, resulta común la presencia negra en labores «para algunos denigrantes», si bien nada indignas: servicios comunales, construcción, y también como estibadores.
  Así señala el investigador Juan Nicolás Padrón: «En buena parte de los llamados sectores emergentes (turismo, corporaciones y firmas extranjeras) hay mayoría blanca, realidad condicionada en lo fundamental porque históricamente “los de tez clara” han disfrutado de más oportunidades y ventajas para llegar hasta allí, por causas que van desde la historia familiar y las condiciones económicas para estudiar, hasta el sistema de relaciones interpersonales y laborales, pero también por el racismo oculto ante la alternativa de optar por un blanco y eliminar al negro, en actitud discriminatoria justificada por una inadmisible “cuestión de imagen”, determinada por estereotipos “occidentales” reproducidos consciente o inconscientemente».
  «La racialidad requiere de un proyecto específico que borre el dolor ancestral sufrido, atienda reclamos postergados de sus dificultades para la igualdad, programe acciones reales y efectivas basadas en nuestra Historia, y propicie una educación integradora en la que los blancos sepan más de la historia y la cultura de los negros, y estos últimos no se limiten solo a sus temas».
  Una incógnita pende y queda en el aire la pregunta: entonces, ¿quién tiró la tiza?...

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