miércoles, 13 de mayo de 2015

Cuentapropismo: redondo, pero en caja cuadrada


Más de medio millón de trabajadores por cuenta propia ejercen hoy en Cuba, tras el relanzamiento de esta modalidad de empleo en 2010. De limitarnos a las cifras, no cabrían dudas sobre su solidez en el último lustro, pues de acuerdo con las estadísticas del Ministerio de Trabajo y Seguridad Social, los ingresos del sector privado a la economía nacional el pasado año superaron los dos mil 500 millones de pesos.
Sin embargo, en  la práctica persisten vacíos como para juzgar óptima la realidad actual. La política crediticia implementada por el Banco Central en busca de un mayor acercamiento a las nuevas fuerzas productivas, junto a la inclusión de los derechos de los cuentapropistas en el Código de Trabajo, ni siquiera se aproximan a la demanda más urgente.
El mercado mayorista figura aún como punta de lanza en los reclamos, sin encontrar un pronunciamiento al respecto. ¿Acaso será un capricho o la garantía de un desarrollo creíble? Los llamados trabajadores no estatales carecen de una estructura que les asegure un suministro estable de las materias primas para su actividad. Eso los obliga a comprar en los establecimientos de la red minorista de Comercio, allí donde también esperan satisfacer sus necesidades básicas —¡básicas dista de negocio!— el resto de los ciudadanos.
Por supuesto, los rangos y objetivos de compra resultan proporcionalmente distintos. Mientras una madre paga por un kilogramo de harina para empanizar unos pescados, hacer unas pocas croquetas o regalar una panetela a su hijo; el elaborador alimentos—conocedor de la escasez de ese producto en las tiendas— desembolsa una gran cantidad de dinero y se lleva a casa uno o dos sacos de harina para echar “palante” su pequeña pizzería. El otro sujeto en cola, digamos un maestro, no alcanza trigo. Si quiere harina, deberá comprarse una pizza. 
Hasta aquí hablamos de un comportamiento “normal”, según lo establecido. En el ámbito de lo anormal o ilícito, las consecuencias exceden con holgura la “simple” afectación al consumidor común. El habitual desabastecimiento, unido al elevado precio de los insumos, funden un trampolín hacia la corrupción que, no obstante, tiene algo de respaldo en los mecanismos tributarios: el cuentapropista solo justifica en la declaración jurada del 10 al 50 por ciento de los gastos.
La medida deviene sostén de una circunstancia arbitraria. Únicamente las tiendas que operan en la doble moneda (CUP y CUC) emiten comprobantes de compra. Por tanto, de conseguir en los Mercados de Artículos Industriales o Mercados Ideal buena parte de la mercancía requerida, no existe una forma definida para confirmar dicha inversión. Si la hago o no, ¿qué importa? Queda a libre albedrío.
Entonces, ¿cuál sería la dimensión exacta de la apertura de un mercado mayorista para el trabajador no estatal? ¿Beneficios o superbeneficios? Para la investigadora cubana Geydis Elena Fundora Nevot, su creación, además de favorecer “la obtención de materias primas e instrumentos de trabajo, por vía legal, y a precios diferenciados del mercado minorista (…), contribuiría a la disminución del mercado negro y el robo en instituciones.
“Así —continúa la especialista—se pudiera regular una política de competencia y establecer un sistema de precios topados, de manera que los cuentapropistas tuvieran que bajar los precios con el fin de potenciar la demanda interna (…), lo que incrementaría sus ganancias y, por consiguiente, los fondos estatales. Ello permitiría una mejor redistribución de los ingresos”.
Claro, nada parece tan fácil como se pinta. La aparición del mercado mayorista depende también de la capacidad del país para sostener la demanda de un sector pujante. Aunque, de pensar en cuánto ganaríamos, tal vez hiciéramos un poquito más en lugar de regodearnos en cifras todavía mínimas. La pelota es redonda y viene en caja cuadrada, pero esa circunstancia no tiene por qué ceñir el crecimiento del cuentapropismo a un juego de nueve innings, por mucho que nos apasione el béisbol.

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