jueves, 1 de agosto de 2013

De ángeles y demonios en las becas en Cuba

Ángel Luis ha estado interno toda su vida. Como sus padres, ha tenido que becarse en varias escuelas para poder estudiar. No ha sido fácil, pero está claro que su residencia en el lejano poblado de Hatuey, no le ha dejado alternativa.
Por suerte para él, la peculiar convivencia más que tristezas, le ha traído alegrías. Sabe cómo ningún otro tender una cama, o lavarse la ropa. Es definitivamente, un hombre independiente.


Con los amigos se es feliz en la beca

De residencias y becados en Cuba
  Cuentan los que peinan canas que debían internarse desde la secundaria para poder estudiar. En escuelas ubicadas en el campo, miles de jóvenes aprendieron la combinación estudio-trabajo.
  Para aquellos cuyos centros educacionales estaban en la ciudad, nació en 1966 un proyecto a través del cual también podrían incorporase a las labores productivas.
  Varios jóvenes pasaban más de 200 días al año en dos sesiones: una para trabajar en la agricultura y otra para estudiar.
  En cientos de escuelas en el campo los adolescentes cursaron la secundaria básica, institutos politécnicos y preuniversitarios.  Ese método fue idóneo para incorporar a los más jóvenes a las actividades económicas del país, pero también supuso un reto.
Becas de escuelas al campo
 Además del material escolar, constituido por libros, cuadernos y lápices totalmente gratis, el estado debía ubicar en esas escuelas otros recursos.

 Lencería, mantelería, uniformes, zapatos e incluso abrigos, eran entregados a quienes pasaban más tiempo en la institución educativa que en casa.
  A ello se sumaba la alimentación, la cual incluía desayuno, tres meriendas, almuerzo y comida, y aunque tal vez no era la mejor,  satisfacía las necesidades nutricionales de esos adolescentes en etapa de crecimiento. Fue esa una práctica que se mantuvo durante mucho tiempo, hasta que la economía no soportó más.
Los becados disfrutan la universidad

Hacer de la beca, casa
 Ahora Ángel Luis estudia ingeniería agrónoma. Aunque su intención fue siempre trabajar en la finca de sus padres y colaborar con ellos a la producción de alimentos, no pasó nunca por su cabeza dejar de estudiar.
Interno otra vez, en la universidad se siente como en casa. Sus seis compañeros de cuarto se han convertido en sus hermanos. Allí juegan dominó, escuchan música, ven televisión y de vez en cuando hasta cocinan.
No porque lo necesiten, sino porque cómo el mismo dice: es bueno cambiar el menú.
  Cómo él otros 78 mil 800 cubanos que viven lejos de sus centros de estudios gozan de una beca universitaria para facilitar su educación.
  Esta posibilidad de alojamiento y alimentación gratuitos, es un derecho cuyo único costo es prepararse mejor para la vida. Un derecho a la beca, un derecho a estudiar y a vivir con sabiduría.

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