Abel Santamaría |
Cuenta Silvio Rodríguez que compuso la Canción del elegido mientras recordaba los relatos del Moncada narrados por Haydée Santamaría Cuadrado, quien enaltecía siempre la valentía de aquellos 61 hombres asesinados y entre ellos, su hermano menor Abel.
Hacia él precisamente, el trovador dedicó su canción, la cual podría igualmente narrar la historia de los tantos mártires que murieron con el sueño de ver a Cuba libre.
Sin embargo, fueron los Santamaría Cuadrado, una familia dedicada por completo a la causa libertadora, a quienes la tortura y el asesinato de su hermano mediano con apenas 26 años, más que debilidad, dio fuerzas para continuar la lucha.
La historia de un ser de otro mundo
Contaban sus familiares más cercanos que Abel era juguetón, alegre, unas veces estudioso, otras menos dado al estudio, había que obligarlo a repasar las lecciones que le impartía el maestro, y al hacerse mayorcito, empezó a sentir deseos de estudiar, interés que llegó cuando no podía hacerlo.
Relataba su hermana Haydée que desde pequeño surgieron en él inquietudes patrióticas y hablaba con mucho entusiasmo de José Martí y Antonio Maceo, tanto que en cuarto o quinto grado a finales del curso decía: “Yo soy Maceo, yo soy Maceo, yo quiero interpretar a Maceo”.
En su pueblo natal por su tez blanca y pelo rubio le llamaban el Polaco, y a quienes le decían así se limitaba a decirles que él era cubano y poco le importaba lo que la gente le dijera.
A los nueve años comenzó a trabajar en la tienda del central Constancia, y allí fue mozo de limpieza, despachador de mercancía y oficinista.
Jesús Menéndez, hijo también de Encrucijada, visitaba mucho el central Constancia, y en una de las ocasiones en que consiguió mejoras para los trabajadores azucareros, los hijos de don Mamerto Luzárraga lo esperaron allí y le dieron una paliza.
Y entonces todo el mundo decía, ¡Qué valientes los hijos de don Mamerto! y Abel les replicó: ¡Valientes porque siete tipos le den golpes a un hombre! ¡Qué se faje uno solo!
Abel no creía que nadie era malo, sin embargo no era un romántico Decía: “Hacer algo malo no es ser malo, porque si una persona ha sido buena 20 años y hace una cosa mala, ¿por eso es malo? Míralo al revés, ¿tú has conocido a alguien que haya sido malo 20 años?”
Creo que la cualidad más sobresaliente de Abel era su espíritu de justicia y de comprensión muy grande. Era severo y lo respetaban mucho, y lo querrían mucho. Él siempre tenía una gran fe, era naturalmente así, decía Yeyé.
El apartamento de la Revolución
A los 19 años Abel se traslada a vivir a La Habana. Recién llegado comienza a vivir en una casa alquilada por un primo.
Auto de Abel |
Consigue trabajo en la agencia de automóviles Pontiac y cuando las condiciones lo permiten, alquila un apartamento de dos cuartos en una edificio en 25 y O en el Vedado, a donde también se muda su hermana Haydée.
Sin embargo nunca dejaron de preocuparse por su familia que aún vivía en Encrucijada y por todas las personas que vivían en Constancia.
Dolores Pérez Resta, amiga de los hermanos, cuenta que en una ocasión vino una señora con su hijo para operarlos y Abel no solo se limitó a estar al tanto de todo sino hasta donó su sangre para la intervención quirúrgica del pequeño.
Cuando alguien del central llegaba a La Habana era el propio Abel quien los trasladaba en su carro cuando se trataba de enfermos o consultas en hospitales y hasta los iba a esperar a la estación de trenes.
Al joven Abel le gustaba bailar y cantar, pero no entonaba en lo más mínimo.
Narraba su hermana Yeyé que cantaba como un loco mientras se bañaba, lo mandaban a callar y él se reía y decía: “Es que lo que estoy cantando no me sale, tú verás esto otro”. Sufría por no poder cantar bien.
Abel leía mucho, le entusiasmaban sobre manera las obras de José Martí. Estando en La Habana llego un día al apartamento con un ejemplar de La Edad de Oro, que se dio el gusto de regalarse a sí mismo ya en la juventud, porque nadie lo había hecho durante su infancia.
Por aquella época una de las lecturas que más le entusiasmó fue La isla de los pingüinos de Anatole France, y era tan así que cuanta gente llegaba al apartamento tenía que leerlo.
“Cualquiera que los visitara y no conociera el libro, creería que estábamos hablando de la familia de al lado, de unos conocidos…”decía Yeyé.
Abel junto a revolucionarios |
Luego del golpe del estado del 10 de marzo de 1952, Abel y Jesús Montané, a quien a había conocido en una cafetería cercana al trabajo de ambos, adquirieron un mimeógrafo y una máquina de escribir y editaron el periódico tabloide clandestino Son los mismos.
Bajo el lema “Para decir la verdad en el gobierno de la mentira”, junto a Raúl Gómez García publicaban artículos en los cuales denunciaban a la nueva tiranía.
En su propio apartamento se tiraban los ejemplares que luego eran distribuidos por Haydée, Melba Hernández y Elda Pérez Mujica.
Miembro del Partido Ortodoxo, fue precisamente en una de las acciones de ese grupo que coincidieron Abel y Fidel.
De aquel encuentro en el Cementerio de Colón nacería una amistad, que trascendería los años, los sucesos y la muerte.
Y lo hermoso nos cuesta la vida
Aunque en sus hombros cargaba la responsabilidad de los detalles del ataque al Moncada, Abel se mantuvo siempre con calma y optimismo.
A penas horas antes de la acción armada, se empeñó en enseñarle a su hermana la playita de Siboney, una de las hermosas que había visto en su vida, y paseó por el Morro de Santiago de Cuba y los carnavales, a una pareja de ancianos que vivían frente a la granjita.
En la noche del 25 de julio de 1953, Fidel pidió voluntarios para atacar la posta número tres.
Abel fue rechazado para esta misión, pues Fidel trataba de salvaguardar al segundo jefe del movimiento revolucionario, para que en el caso de que él muriera, Abel pudiera continuar dirigiendo la acción. Se le destinó tomar el Hospital Civil Saturnino Lora.
Fue precisamente la máquina en la que iba Abel una de las primeras en partir aquella “mañana de la Santa Ana”, entre el ruido de pasos, autos y armas Haydée no se percató de la salida de su hermano.
Minutos más tarde se reuniría con él y el resto de los revolucionarios donde, según los planes, no habría que combatir, sino sólo ocuparlo para que el Ejército no lo hiciera bajo ninguna circunstancia.
Ramón Pérez Ferro, sobreviviente junto a Melba y Haydée, contaría años más tarde que Abel se veía feliz por cómo se iban dando los acontecimientos.
“Distribuía las municiones, corregía el tiro de la gente, daba indicaciones, recomendaciones, hacía alguna que otra observación, es decir cumplía a plenitud su papel dirigente y se preocupaba por la seguridad de los otros”.
Sin embargo, a la postre la acción armada fracasó y las propias enfermeras del “Saturnino” se brindaron para vestir y vendar como enfermos a los asaltantes y que estos pasaran desapercibidos.
Pero un fotógrafo a quién dieron refugio en el hospital para que no resultara herido con los disparos, recordó las caras de los revolucionarios y los delató ante el ejército batistiano.
“Abel una vez capturado, soportó que le sacaran los ojos y lo torturaran y no consiguieron doblegarlo, ni al él ni al resto de los hermanos. Todos prefirieron morir antes que dejarse arrancar una palabra”, apuntó Pérez Ferro.
Abel junto a asaltantes |
Siempre que pensamos en la vida, pensamos en Abel, porque era realmente todo lo bueno de la vida. Abel lo único que deseaba era que Fidel viviera, porque él sabía que con Fidel se hacía la Revolución. Abel nunca se planteó vivir él, y él era la vida misma, afirmaba Haydée.
“Es mejor saber morir para vivir siempre”, dijo a su hermana, horas antes de ser asesinado.
Abel no fue solo el alma del movimiento, sino además como diría el Comandante en Jefe “el más generoso, querido e intrépido de nuestros jóvenes, cuya gloriosa resistencia lo inmortaliza ante la historia de Cuba”.
A los 85 años de su natalicio este 20 de octubre, aquel joven rubio, con espejuelos redondos de armadura de carey, que vestía pantalón montero y camisa a cuadros el día de su muerte el 26 de julio de 1953, no fue solo el elegido de Silvio, sino también de la Revolución.
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