Lento, bastón en mano llegó al pequeño joven
club. Las escaleras eran un obstáculo demasiado fuerte para sus dolores
articulares en las piernas, por eso se tomó su tiempo.
Esperó tranquilamente a que alguien desocupara una
computadora y como quien enfrenta uno de sus mayores miedos, se aventuró a la
joven que en un primer momento la creyó desorientada.
Y sí, tal vez lo estaba, era la primera vez que se
encontraba en un lugar lleno de aquellos equipos como el que temía romper
cuando sacudía el cuarto de su nieto.
“Vengo a escribirle a Chávez”:
fueron las únicas palabras que le dejó decir el nerviosismo.
A esa hora cientos de mariposas revoloteaban en su
estómago, estaba tan nerviosa como aquel día que su esposo visitó a sus padres
para pedirla en matrimonio. Por un segundo se olvidó que había muerto y que
desde allí podría estrechar la mano de aquel hombre que sin conocer amó como a
un hijo.
La muchacha recién graduada la ubicó frente a uno de
aquellos aparatos que hasta ese momento creyó algo así como un televisor. Era
como si el mouse fuera realmente un ratón de esos a los que le ha temido desde
niña. Aquel teclado borroso era una dura prueba contra sus ojos octogenarios,
pero le recordó la máquina de escribir que usaba para preparar sus clases.
Un documento
en blanco en la pantalla la trasladó a los días de incertidumbre cuando
esperaba desde África las cartas de amor que le escribía el único hombre que ha
amado en su vida.
En silencio
frente a la pantalla, una lágrima sorteaba en su cara las arrugas que le impuso
el tiempo. Solamente dos palabras atinó a escribir: “Gracias Hugo”.
Pensó
entonces que no muchos pudieron estrechar su mano a pesar de ir por los pueblos
repartiendo abrazos y saludos. Fueron
pocos lo cienfuegueros, villaclareños, pinareños, santiagueros o habaneros que
pudieron verlo de cerca, sonreírle y luego, gritarle un saludo; comparados con
los millones de cubanos que lo idolatraban como un líder patrio.
Ella no pudo verlo aquella tarde lluviosa cuando
pisó por primera vez la linda ciudad del mar. Cuenta su hija que se bajó a
saludar a la gente, con toda la calidez que lo caracterizaba.
A casi un año del cinco de marzo de 2013, aquel
martes triste cuando enlutó Latinoamérica, centenares de mensajes como el de
Ana María recorren aún la red para saludar al mejor amigo, como si no hubiera
muerto.
Si allá en el infinito los recibe, no lo sé. Pero
tal vez sigue omnipresente como un Dios, atento al porvenir de su América,
aconsejando a quienes usan sus ideas como conciencia, consolando a aquellos que
aún no aceptan su partida.
Porque incluso a allá te siguió gente, Hugo
Chávez, gente que se fue contigo a la eternidad del infinito.
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