“Nacimos sin saber hablar
Pero vamos a morir diciendo!”
Pero vamos a morir diciendo!”
La prensa cubana está cambiando, debe hacerlo en estos tiempos en los que el pueblo pone en ella, nuevamente, un voto de confianza.
La presa cubana está cambiando. Por años se nos tildó de mentirosos, enajenados, por publicar actos de cumplimiento de planes productivos cuando la gente a veces no tenía qué comer; por enfocarnos en el ámbito internacional y como el catalejo de Buena Fe, no poder ver ni siquiera el meñique del pie; por evitar las palabras cólera y dengue, por más duras que fueran.
Sucesos en la información, precisamente sobre esas enfermedades, -que hasta unos meses fueron solo un padecimiento gastrointestinal- y otros asuntos de interés para la gente, pero silenciados o tratados superficialmente por los medios, pusieron en tela de juicio a los también llamados profesionales de la palabra.
Y no fueron los directivos quienes dieron la cara al pueblo, fueron los periodistas.
Entonces la prensa comenzó a cambiar, no podía seguir siendo solo un mero comunicador de entidades y organismos. A eso no se nos enseña en la academia, a eso no nos enseña la vida.
Cuando comenzaron a publicarse más críticas y denuncias, esas que no le gustan a nadie, el periodismo cubano comenzó otra vez a dejar oír su voz.
Sin embargo, no valió el llamado incluso, del presidente Raúl Castro en 2010 a “poner sobre la mesa toda la información y los argumentos que fundamentan cada decisión y de paso, suprimir el exceso de secretismo a que nos habituamos durante más de 50 años de cerco enemigo”.
“Siempre un Estado tendrá que mantener en lógico secreto algunos asuntos, eso es algo que nadie discute, pero no las cuestiones que definen el curso político y económico de la nación. Es vital explicar, fundamentar y convencer al pueblo de la justeza, necesidad y urgencia de una medida, por dura que parezca. (…) Por eso, ¿secretismo? No. El que quiera guardar secretos de sus propias deficiencias que luche y dedique ese gran esfuerzo en evitarlas —me refiero a las deficiencias”.
Aquellos al frente de entidades y organismos, esos que dicen estar al lado de la Revolución , pero no ven noticieros ni leen discursos, que viven de arengas e inflar cifras, comenzaron a sentirse aludidos.
Y vieron en la prensa al enemigo, a ese al que debían ocultar la realidad, o esconderse ellos mismos tras reuniones y “recorridos por provincia”, por miedo a que un trabajo publicado, “de esos que deben recortar y mandar regularmente al ministerio”, les costara el cargo.
Ya no eran los periodistas sus meros comunicadores sin juicio ni opinión propia. Por eso creen todavía hoy tener el derecho de exigir disculpas públicas o aventurarse a redacciones para intimidar con sus altos “rangos”, mejor dicho, cargos.
Y si, los periodistas cubanos somos enemigos de aquellos que lejos de convertir el país en un lugar mejor para su gente, malgastan y roban los recursos del Estado. Sí, somos enemigos de quienes no están comprometidos con el proceso revolucionario, y hacen la vida de la gente más tortuosa. Estamos al lado del pueblo, que es estar al lado de la Revolución.
No quiero decir que no existan profesionales del sector comprometidos con las fuentes, por “un poco de dinero y unas botas de charol”, y aunque el salario de los trabajadores del ramo tampoco alcanza, como el de ingenieros y maestros y tantos otros, no justifica una actitud incoherente con la realidad del cubano de a pie, de esa que sin lugar a dudas, la mayoría de nosotros forma parte.
Mucho se nos juzga a la prensa en estos tiempos de cambios, pero esos que lo hacen no piensan que también el periodismo cambia.
Como Gregorio Sansa, el personaje de Frank Kafka, la prensa cubana se despertó un día y se notó cambiada, pero sumetamorfosis, créame, no es a cucaracha.
No hay comentarios:
Publicar un comentario