Era demasiado el nerviosismo de aquel día y Lissett Ponce Rancel solo atinó a esconderse cuando los vio acercarse a su casa. A sus 25 años y con apenas tres días en su nuevo hogar, no podía imaginarse que vería tan cerca a Hugo Chávez y Raúl Castro, mucho menos que los invitaría a sentarse en la sala de su vivienda. |
El tamaño del presidente venezolano y su carisma fueron lo que más impresionó a Lisset en aquellos minutos que parecieron segundos. “Nos habló como si nos conociera de toda la vida”, recuerda emocionada.
“Lo primero que hizo fue preguntarnos si estábamos a gusto con la petrocasa, y entonces quiso saber en qué trabajábamos. Cuando le comentamos que éramos maestros se alegró mucho por su elección al azar”.
Junto a los adultos estaban también los infantes Reynaldo Javier, hijo de su esposo y su sobrina Yailenis, a quienes Chávez preguntó por sus preferencias.
“Indagó sobre los gustos de ambos y cuando supo que al niño le encantaba la pelota se puso muy contento porque coincidían, y alentó a la pequeña a seguir su sueño de ser bailarina, “porque el ballet es muy bonito y las mujeres se ven muy femeninas”, le dijo”.
“Le llamó la atención la seguridad del sistema de ventanas y los dos baños de la vivienda, -uno adicional en el cuarto matrimonial. “¡Qué detalle!”, dijo. Además se sorprendió con el patio fuera de la casa, y le explicamos que en Cuba, las mujeres están acostumbradas a lavar afuera, y le gustó mucho esa adaptación que no tenía el proyecto original”.
“También le sorprendió el diseño de los muebles, y entonces lo invitamos a sentarse y probarlos. Allí en el sofá nos apretamos todos para hacernos una “foto de familia”, que luego él mismo nos envió. Esa imagen junto a Raúl y Chávez es uno de mis recuerdos más preciados”.
Lisset enseña el cuadro de Chávez |
Antes de partir, Chávez les regaló un cuadro de Kcho, quien además de ser su amigo, nos dijo, es un excelente artista.
Cual si no pudiera creerlo Lisset no se apartó ni un instante “del arañero”. Sabía que el privilegio de tenerlo en la sala de su casa es solo de unos pocos en Latinoamérica. Lo tocaba una y otra vez porque no podía creer que estuvieran los dos presidentes en su hogar.
“Voy a darle un beso a Chávez, no te pongas bravo”, le dijo a su esposo. “Tuve que pararme en puntillas para abrazarlo porque soy bien chiquita y él era muy grande”.
Han pasado siete años desde aquel martes en la noche y Lisset recuerda con exactitud las horas vividas. Además cientos de veces ha tenido que contar la historia, no solo a la prensa, sino también a sus vecinos, compañeros de trabajo y alumnos del centro mismo Francisco del Sol en la comunidad de Horquita, municipio de Abreus.
“No voy a olvidar nunca aquella visita. ¿Cómo podría hacerlo? Todavía cierro los ojos y me imagino escondida, viendo a Chávez llegar a la puerta de mi casa”.
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