Fue bien difícil encontrar a Javier Hernández Montes de Oca. Terraplén adentro, en una zona cuyo nombre realmente no recuerdo por lo intrincado, en el municipio de Rodas, estaba su pelotón. Ya caía la tarde cuando le vimos a lo lejos, montado en su KTP 2M. No se detuvo hasta terminar de cortar la caña, no importaba que del otro lado lo esperaran para reconocerle por ser millonario en el corte mecanizado por tercer año consecutivo. La entrevista debía esperar a que él terminara, y así debe ser.
Cuando por fin el ruido ensordecedor de la máquina se detuvo, Javier le echó un vistazo y se deslizó por la escalera. ¿Cómo tras casi 12 horas de trabajo alguien puede tener todavía ese entusiasmo?, nos preguntamos todos.
Con las manos y el overol engrasado, como quien no deja de trajinar en la mecánica, nos dio las buenas tardes y tras el reconocimiento de la Unión de Jóvenes Comunistas por su incesante labor en el corte de caña, se destinó a atendernos.
¿Cómo comenzaste en la zafra?,- fue la primera pregunta que atiné a hacer.
“A través de mi papá que era operador de servicios, respondió sin reparos. Desde niño veía lo que hacía y me gustó. Luego con 17 años cuando pude empezar a trabajar me quedé aquí y a los 20 me dieron la combinada que hoy manejo”.
¿Quiere decir que hace 11 años que tienes la misma KTP?
“Sí. Aunque la máquina tiene ya 23 años de explotación y tuvo muchos operadores antes, tiene conmigo casi el mismo tiempo que llevo vinculado a la zafra”.
Desde 2011 Javier corta en cada contienda más de un millón de arrobas de caña, una cifra que no alcanza la mayoría, y cuyo resultado se debe en gran medida, a la disponibilidad de las combinadas.
“Estos equipos son muy viejos y si no los cuidamos fallan. Durante la zafra hay que revisarla todos los días y darle el mantenimiento que ella necesita para que tenga productividad. Los puntos más vulnerables a romperse hay que revisarlos y tenerlos vigilados, ajustarla permanentemente, etc”.
¿Y cuándo termina la cosecha, qué haces?
“En la primavera siempre le hago una reparación fuerte. ¡Hay que darle bastante llave y mantenerla, no dejarla caer!”
En materia de mantenimiento Javier sabe que es mejor precaver.
“Cada día le dedico una hora, -confiesa orgulloso-, porque hay cosas que están a punto de romperse y si lo ves antes evitas la rotura. A veces me he encontrado un tornillo flojo, una correa cayéndose o un salidero. Siempre dejo la máquina preparada para que cuando yo arranque sea directo al cañaveral. Después siempre que tengo un chance, continúo el mantenimiento.
“Aunque voy a serte sincero, a veces se me ha roto la máquina pero al momento he encontrado la solución o salimos a buscarla si aquí no podemos resolver, pero eso me desespera, porque no me gusta perder el tiempo”.
Desde las seis de la mañana el pelotón de corte de Javier está preparado para comenzar la faena, como hace además el resto en el país.
“Mi tarea es de 100 toneladas diarias y siempre la sobrecumplo. A veces hago 150 y más, que es un gran resultado para mí. Pero también a veces son las nueve de la noche y no hemos acabado, porque eso así, hasta que no terminemos el plan de la jornada, no dejamos el campo”.
Una satisfactoria estimulación económica también impulsa los rendimientos de la Unidad Básica de Atención al Productor (UBPC) de Laos, cuyos ingresos depende en gran medida de lo que corten los operadores.
“El salario es satisfactorio. Nos pagan a 1.20 pesos la tonelada, que son entre dos mil y tres mil pesos por quincena. Si la máquina se rompe mucho no podemos lograrlo, por eso es necesario cuidarla, llevarnos bien.
“Además la atención al pelotón es muy buena. Las meriendas y almuerzo están bien cocinados, la oferta varía en la semana y siempre está listo en su horario”.
-Dicen los muchachos de la UBPC que tú eres el motor impulsor de todos ellos
“No es que sea así”, responde con modestia. Es que me gusta cumplir con mi trabajo. Podía haber alcanzado el millón de arrobas cortadas desde hace tiempo, pero las lluvias nos han golpeado mucho. El pelotón también va a ser millonario, porque el colectivo se lleva bien. Yo no corto solo por mi, sino también por los demás, y me siento comprometido con ellos, con la Revolución “la juventud” y el Comandante”.
-“No se te va a ir”, le digo jocosa. Y volviendo al tema, cuéntame de la primera vez que la manejaste.
-“Tenía mucho miedo. Imagínate montarte en algo que no conoces. Después nos fuimos llevando bien, nos conocimos. Le tengo mucho cariño porque es la que me sustenta económicamente, y la quiero tanto como si fuera un ser viviente. Es algo especial, aunque para mí sí tiene vida”.
Aunque estaba un poco asustado, ese día ha sido uno de los más felices de mi vida. Me sentí con responsabilidad, sentido de pertenencia y más comprometido”.
-Sin embargo, aún no le pones nombre…
-“No, no sé por qué no lo he hecho”.
- ¿Y es difícil este trabajo, o cualquiera puede hacerlo?
“Es difícil, pero si te gusta se puede. Uno siempre tiene que cuidarse al montarse en un equipo de estos porque hay mucho polvo, hace mucho ruido y si no tienes los medios de protección que se necesitan, como las orejeras, la bulla te puede dejar sordo, a lo mejor no ahora, pero si cuando nos pongamos viejos”.
Aunque ama su trabajo, Javier sabe que requiere mucho esfuerzo físico y trata de acondicionar su “cabina” con todo el bienestar posible. Ahí arriba tiene sus pomos con agua para mitigar la sed, un ventilador para dispar el calor y otras “improvisadas” comodidades.
“Tengo un asiento nuevo de paquete, pero no lo he podido poner todavía porque para hacerlo debo parar la máquina, y eso me atrasaría. Aunque me sienta incómodo tengo que cumplir. Cuando pare debe ser por algo que no dependa de mí como la naturaleza, y ese día aprovecho y pongo la silla. Mientras esté en mis manos no será, porque no me gusta perder el tiempo”.
- Y ese rasguño en la cara, ¿fue con la máquina?
-La herida me la hice con una llave regulando el corte. Esas cosas pasan, me patinó y me dio en la frente. Aun así siempre estoy dándole mantenimiento a la combinada y velando los hierros, que aprovechan y te golpean, reflexiona medio en broma, medio en serio.
-¿Qué se siente ser un joven millonario?
“Primero aclarar que es en arrobas de caña, para que nadie lo malinterprete”, bromea. “Es sentir que tu trabajo no es en vano, que fuiste útil en la zafra, que cumpliste con lo tenías que hacer”.
“Como cualquier joven además en mis ratos libres me divierto. Yo trabajo pero también me doy mis gustos, saco a pasear a mi hijo, comparto con mi familia…”
Y si te dieran una combinada nueva, de esas modernas que tienen hasta aire acondicionado, la cambiarías.
“Voy a ser honesto contigo. Las máquinas modernas me gustan mucho. Te protegen físicamente porque no hay tanto ruido, no te cae polvo, pero tengo un compromiso con mi KTP 2M porque ese ha sido mi primer y único centro de trabajo. Si algún día tengo que hacerlo porque no da más, lo asumiría con gusto, pero hasta el momento no me siento obligado a abandonarla, sería como cometer una traición”.
-¿Qué tiene de especial tu combinada?
“Mira, en primer lugar no me imagino sin ella. Mientras tenga fuerzas y salud para operarla voy a hacerlo. Además nos llevamos bien. Podría parecer difícil de imaginar, pero no me hace quedar mal en ningún campo de caña. Con ella no le tengo miedo a ningún cañaveral”.
Y ciertamente pudiera parecer absurda tal conexión entre el hombre y la máquina, pero verlos fundirse en uno solo puede solo creerlo alguien que los ve allí. La entrevista culmina y Javier vuelve a montarse en su KTP 2M. Entonces sabes que ahí van porque ves las cañas desaparecer poco a poco. Solo así, entonces, comprendes la historia y pasión de este joven millonario por su combinada.
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