domingo, 2 de diciembre de 2012

Historia de Osombo, el negro que se negó a ser esclavo

 Esta es la historia de un negro africano que llegóa  Cuba en el siglo XVIII para convertirse en esclavo. Su historia podría ser la de los miles de hombres y mujeres que fueron separados de su tierra natal para ser tratados como animales durante la colonización española en esta isla. Su historia podría ser perfectamente la historia de miles de hombres, mujeres y niños que sufren hoy día la trata de personas, delito internacional contra los derechos humanos, denominado la esclavitud del siglo XXI. En el día internacional contra la esclavitud, les dejo la historia del Osombo, el negro que se negó a ser esclavo.

Mi nombre es Osombo, nací en una aldea de África en el medio del desierto y hasta mis 15 años fui feliz cazando animales junto a mis hermanos mayores y mis padres.
Recuerdo siempre la primera vez que vi el mar. Ese día cambió mi vida. Recuerdo que llegaron hasta nuestras casas y nos forzaron a caminar largas distancias encadenados. Mi padre se resistió y recibió un fuerte golpe en la cabeza que lo dejó inconsciente.
Quedó tirado allí. Fue la última vez que lo vimos. Y así llegamos al mar. Nos encerraron en la bodega de un barco. Éramos casi 200 hombres en aquel poco espacio, casi unos encima de otros. El vómito de los que no soportaban el vaivén del navío se acumulaba entre todos y el hedor era insoportable.
Recuerdo que estaba asustado y mis hermanos  mayores solo me decían que en algún momento saldríamos de allí. Y no se equivocaron. Un día avistaron un barco que inspeccionaría la nave y comenzaron a lanzar a todos por la borda.
Mis amigos se ahogaban y gritaban.  Supe luego que había sido una falsa alarma y unos pocos quedamos vivos. Cuando por fin toqué tierra otra vez, continuábamos encadenados. Nos llevaron a un barracón de un ingenio.
Allí conocí el amor por primera vez. Me enamoré de una linda negrita de 16 años, pero el mayoral también había puesto los ojos en ella. Como era negra como el azabache y el blanco como la sal, la violaba por las madrugadas.
Recuerdo la impotencia de la primera vez que la vi llorar en el barracón, nunca dijo que pasaba, pero yo sabía. Aún llevo en la espalda las marcas de los látigos que me dieron cuando tomé el machete para matar al mayoral, pero éramos pocos y yo solo recibí golpes y varias noches en el cepo.
De puro milagro no morí. Pero mi negra linda no pudo soportar que aquel desgraciado español la quebrantara cada noche. Una mañana, amaneció muerta, había decidido quitarse la vida. Fue así que una noche decidimos sublevarnos.
En el cañaveral corrimos cuando tuvimos una oportunidad y así nos volvimos cimarrones. Mi hermano murió luchando por algo que luego llamaron derechos, libertad e igualdad racial. Aunque viví después de aquel día de 1886, la gente me miró diferente hasta mi muerte, hay quienes aún lo hacen.

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