jueves, 1 de noviembre de 2018

Leñadora fuera del bosque



Por vivir desde hace 7 años fuera mi provincia ir al estadio bien podría parecer un suicido. Ni el disimulo de no vestir mi pulover de Las Tunas puede esconder mi procedencia oriental. Un hit, un jonrón, una carrera me levanta del asiento, me saca un par de gritos y chiflidos, me delata.
Sigo a Las Tunas desde siempre, y por eso he tenido que aguantar “palestina” en el estadio de Camagüey, burlas en el de Cienfuegos, improperios en el de Granma, miradas ofensivas en el de Villa Clara.

Por suerte, mis leñadores me respaldan y hasta ahora he salido siempre risueña de cada juego. Tal vez hasta les doy un poco de suerte.
Ahora me toca volver a los estadios a apoyarlos. Desde aquellos días cuando Henry Urrutia nos daba su merienda a los estudiantes tuneros de la Universidad de Camagüey, o Danel y Pedroso saludaban a quien habían visto por años en las gradas o en las salas de prensa,  al equipo de Las Tunas nunca le es extraña mi presencia. Una vez, incluso, me dieron “botella” hasta allá, tras una serie con Cienfuegos.
Y es que cualquier equipo reconocerá a un aficionado entre una multitud que les va en contra.  Entonces su agradecimiento solo podrá ser real a través de carreras y batazos. Este año estaré también, con ellos en la carretera. Aquí estaré, esperándolos en Villa Clara, y otra vez me iré a Las Tunas, cuando vuelvan a jugar una final. Y si Dios , ellos y mi presencia en el estadio quieren, ganarán.  

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