miércoles, 19 de julio de 2017

Los mandamientos religiosos que nos hacen falta

El día que el cirujano de Las Tunas operó a mi mamá me dijo en el medio del pasillo, que a ella solo le quedaban dos meses de vida, que se me iba a morir pronto.
Aquella respuesta suya cuando iba de salida, apresurado, sin tiempo para responder o dialogar con los familiares del paciente, me mostró la falta de compasión de un profesional cuya carrera debe, en primer lugar —creo yo— compadecerse del enfermo.
Ojalá aquella desagradable experiencia hubiera sido la única actitud sin ética de ese reconocidísimo médico del Hospital Ernesto Guevara, pero no lo fue. Un día más tarde, ante la preocupación lógica de mi madre por su estado de salud y sin conocer aún su diagnóstico definitivo tras la cirugía, le “informó” a través de una ventana de la sala de ingresos que su caso tendría seguimiento por oncología.
No es que haya sido a mi progenitora, pero nadie merece enterarse de esa forma que aquello supuestamente benigno antes de entrar al salón es ahora un avanzado cáncer de ovarios.
Si bien tal experiencia hoy me incita a buscar segundas opiniones, y a demandarle tacto a cada uno de los profesionales que atiende a la familia, la falta de ética del referido ginecólogo no sugiere una generalización o exclusividad en la medicina.
Afortunadamente son muchos más los galenos que logran empatía con el paciente y hacen que sus diagnósticos o evaluaciones no causen miedo ni desesperanza por duras que sean: mi amigo Hebmar, la mastóloga Tamara, el fisiatra Duvier, los oncólogos Eliécer, Luis, Rodolfo, Acralys y Noide.
Sin embargo, por más que algún doctor irrespete su juramento hipocrático, no es exclusiva de esta profesión la falta de ética, de compasión.
Abundan abogados que sugieren “una ayuda porque esos papeles pueden demorar”; maestros que “solicitan” a los padres presupuestos para las fiestas de ellos mismos; directivos capaces de afirmar en público que su opinión personal difiere de aquella como funcionario; trabajadores estatales o por cuenta propia que repiten de memoria “sus buenas prácticas” y al dar la espalda se aprovechan de las necesidades ajenas, de los recursos del Estado.
A veces incluso, las propias circunstancias nos exigen una doble cara, y tristemente cedemos a esas demandas.
Así nos sucedió a varios colegas algunos meses atrás cuando nos pidieron “reforzar” nuestro actuar como militantes porque, si bien teníamos iniciativas y hacíamos acciones de “vanguardia”, no “destacábamos” como miembros de la UJC. El asunto era simple: se nos reprochaba no hacerlo en nombre de la organización juvenil, o al menos no dejarlo claro, no mencionarlo.
Si bien argüimos la imposibilidad de desligar una cosa de otra— cuando hacemos algo como joven lo hacemos igualmente como militantes de la UJC— fueron tantas las presiones que comenzamos a repetir, como si fuera un mandamiento, que cada cosa hecha, era a nombre del comité de base. Lo refrendamos tantas veces, que muchos llegaron a verlo como un chiste. Y por ilógico y risible que parezca, siempre hubo más de uno satisfecho porque, al mencionarlo, quedaba bien claro.
Aún me parece hipócrita y cínico desligar la mujer, la periodista, la joven, la cubana, la militante, como si cada una tuviera una cara y actuar diferentes, como si una no fuera una misma siempre, y acaso tuviera que sufrir obligatoriamente de bipolaridad.
Sé de gente que sugiere o asume dobles y hasta triples caras, porque “es lo mejor”, “porque no conviene en este lugar y momentos” “porque de otra forma solo puedes buscarte problemas”. Pues bienvenidas entonces las complicaciones.
La ética va más allá de términos como “bueno”, “malo”, “correcto”, “incorrecto”, “obligatorio”, “permitido”. La ética va también ligada a la libertad de hacer el bien, de ser uno mismo en cualquier circunstancia, de lograr empatía con el prójimo y amarlo, cual mandamiento religioso. Si pensáramos y actuáramos con ética, que significa con justicia, sinceridad y amor, la vida fuera mucho mejor. ¿Tendremos que esperar mucho?

3 comentarios:

  1. Buen trabajo, lástima que ni el director del hospital, ni otros lo leerán

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  2. NI me digas nada, las cosas que he tenido que vivir son tan duras. Pero bueno uno sigue echándo para adelante

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