La calidad en el funcionamiento de un CDR depende de la calidez de su gente. Tal organización de masas es mucho más que la “forma oficial” de aglutinar a los vecinos. Es también una maravillosa excusa para celebrar, debatir y compartir.
Sin embargo, los tiempos que corren de escasez y miserias humanas más que materiales, han hecho a muchos cubanos apáticos a la organización, incrédulos ante cuánto puede esta aportar no solo al colectivo, sino a la individualidad.
A ello también se le suman dirigentes que no comprenden todavía su verdadera función y apenas cumplen con las reuniones programadas, la recogida de la cotización y a pura inercia, la caldosa del 28 de septiembre.
En mi barrio, también existen todo tipo de personas, como las anteriormente expuestas, pero son las menos.
Es cierto que hay de aquellos que no se sienten citados a las reuniones de cualquier tipo, otros que las apuran para ver la televisión, quienes no se sienten aludidos ante una limpieza del barrio porque viven en el último piso, o no será por su casa, y claro, quienes hacen todo por puro compromiso, para mantener un estatus de “buen cederista”, por si alguien pregunta. Yo, particularmente, prefiero los que no se interesan por estas actividades, a quienes simplemente lo hacen “para quedar bien”.
Sí, son muchas las frustraciones de mis vecinos, pero aun así no se cansan.
LOS QUE ANIMAN
Morffis es de esas personas que me encantan. Me gusta escucharlo en las reuniones porque siempre encabeza su intervención agradeciendo a la Revolución por la atención a su hijo con discapacidad mental. Y luego caen las “bombas” como dice un amigo.
Morffis exige en las asambleas de rendición de cuentas, en las reuniones ordinarias con el presidente del CDR, allí cuando se le debe dar respuesta a sus inquietudes, la presencia de un dirigente que le escuche y si puede, le responda.
Esa libertad la tiene en el CDR y a nadie se le ocurre tildarlo de “contrarrevolucionario” o “disidente” porque dice las cosas como son, sin andar con rodeos, y lo hace de manera constructiva, sin ánimo de derrumbar este país que como él mismo dice, “le ha permitido a su hijo conducirse por la vida como un hombre normal”.
Pero aquellos no son mayoría, para suerte de Taylor y del barrio. Aunque empieza tempranito los domingos, para no pasar tanto calor más tarde, los que prefieren dormir más, sobre todo jóvenes, van uniéndose poco a poco, y lo relevan. Pero él se niega a dejarlos solo, y sigue machete en mano, chapeando.
Taylor es además de los que se apasiona en las reuniones, aunque a primera vista pueda parecer que se altera.
No está de acuerdo con las indicaciones de planificación física de tumbar patios y construcciones traseras cuando todavía hay tantas empresas con ilegalidades; le duele el garaje múltiple derrumbado, y los carros ahora durmiendo a la intemperie o pagando por debajo a algún custodio de garaje estatal; y arremete contra el propio presidente del CDR cuando pasa alguna fecha importante y ni siquiera se hace un encuentro pequeño.
Sin embargo, acata cada uno de las medidas porque según dice: “en el país ninguna decisión se toma a la ligera y el que pensemos que están mal no nos da derecho a no respetarlas. Podemos manifestar nuestro criterio en contra, aquí, en el barrio donde nos afecta, y en todos los lugares donde sea necesario”.
“Qué bonita su actitud, pero no sirve de nada”. Uno de los jóvenes pone cara de escepticismo, por aquello que alguien dijo de que en el barrio no vale decir las cosas porque nadie escucha.
Casualmente la esposa de Taylor es quien escribe el acta, y pone con todas las letras esa frase de un muchacho ingeniero.
“Qué se enteren o no de lo que dices, no puede limitarte a no decirlo. Y tú no tienes seguridad de ello”, le ripostan.
Una vez se le salieron las lágrimas cuando le reconocieron su apoyo a las tareas del CDR, sus donaciones de sangre, justo como hubiera querido su papá, un activo cederista fallecido hace unos años.
Aquel día la mamá de Ariel lo abrazó en llanto como si su hijo hubiera ganado un importante premio. Tal reconocimiento que le permitió formar parte del pre destacamento aniversario 55, era un orgullo para sus progenitores. Ahora la gente le mira distinto, porque el muchacho sigue tímido, ¡pero cómo hace cosas!
Yo pienso entonces cuán entretenidas son las reuniones de mi CDR. Y cuándo hablo de entretenimiento no me refiero a recreación y risas, sino a que te mantienen en atención, acercándote a quienes toman la palabra porque hablan bajo y casi no puedes escucharlos; orgullosa de tener gente con tanta valentía para exigir y decir las cosas, queriendo preguntar, y sobre todo, con sed de respuestas.
Siempre que llega una citación por escrito lo mismo por debajo de la puerta que cara a cara, me alegra saber que mis vecinos y yo tendremos otro espacio para debatir sobre el futuro de la organización y del país, o simplemente celebraremos los 56 años de los CDR, o el día de las federadas, o el cumpleaños de Fidel.
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