Yo nunca pude conocer a Fidel. A esta altura no creo que lo haga, y no precisamente porque crea que morirá pronto (una verdad que cada día se hace más real), sino porque ya acepté que la vida no nos juntará nunca en el mismo lugar.
Cuando niña, en los días del Congreso de la OPJM,
envidié para bien aquella pionera que le dio un abrazo, o le anudó al cuello su
pañoleta. Hasta deseaba el paso de los ciclones, solo para verlo llegar,
bajarse del jeep y conversar con la gente del barrio. Deseos infantiles que por
suerte, no se hicieron realidad, -lo digo por los ciclones, por supuesto.

Yo nunca lo vi como un padre, porque la
diferencia de edad con el mío era demasiada, pero lo imaginé mi abuelo, esos
que no pude disfrutar de pequeña, y pensaba entonces que él estaría ahí, para
sentarme en sus piernas, contarme sus historias, hablarme de la lucha en la
sierra, los días de baloncesto en el convento, la prisión en la Isla de pinos,
los preparativos en México.
La única vez que lo recuerdo cerca, fue un acto en la Plaza Vicente García de Las Tunas, no recuerdo si era un 26 de julio o un primero de mayo. Lo vi muy lejos, casi inalcanzable.
Todavía lo veo así, porque sé que no podré nunca darle un abrazo, sin embargo, soy muy feliz, de saber que vivimos los dos en el mismo tiempo, en la misma Isla.
.
No hay comentarios:
Publicar un comentario