De las últimas veces que mamá salió de casa, cuenta
una visita al Estadio. A ella le
encantaba la pelota. Con ella fui la mayor cantidad de veces a animar al equipo
local: Las Tunas. Mi mamá siempre fue muy apasionada, como yo.
Entendía bien de deportes, porque le gustaba y
porque por papá, que era softbolista bueno, siempre en casa hubo ese ambiente.
Qué suerte la de una pareja que puede compartir la pasión por el deporte, a
pesar de todos los prejuicios alrededor de la mujer.
Es que mi madre, era una gran mujer, en todo el
sentido de la palabra. Ella no era de andar haciendo muchos ejercicios, apenas
se iba con un par de amigas a darle vueltas a una pista, pero aquello era más una
salida social que deportiva.
No obstante, los 8 kilómetros que recorría en bicicleta
desde la casa al trabajo y viceversa, creo que fue suficiente fitness por 20
años.
Pero la pasión por la pelota era descomunal. Más
cuando descubrió en su hija pequeña la compañía para cada juego, la cómplice de
mentirillas para colarnos en el palco de alguna peña —al final por perseverancia
nos guardaron 2 puestos—, la alcahueta para cada foto o pelota pedida con la
firma de los equipos. De esas coleccionó 5: Guantánamo, Santiago de Cuba, Sancti
Spíritus, Las Tunas, y una en blanco. Todas terminaron a manos de gente que en
su mayoría le dio mejor uso. Yo tengo, en secreto, guardadas dos.
En el palco sobre el dogout del equipo visitante en
el Mella vi a mi madre reír muchas veces. Ella se metía con los peloteros para
desconcentrarlos, animaba a Pedroso en primera, y bautizó como sobrino a más de
uno.
Por ahí está Henry, que siempre, a pesar del tiempo
y la distancia, solía preguntarme siempre, entre las primeras cosas, por mi
mamá.
Yo le debía este post que no son más que ideas
sueltas. Se lo debía desde hace un año, cuando me pidió ir conmigo al Estadio
aunque ya no pudiera caminar sin el bastón. Ella y yo solíamos ser felices en
las gradas, abrazarnos ante cada victoria, consolarnos antes cada derrota,
cuidarnos de coger mucha lucha y que nos subiera la presión.
Cuando dejé de ir al estadio, ella trató de seguir
sola, pero nunca fue igual. Un día me confesó que más que ir al Estadio,
aquella era una oportunidad para las dos. Luego vino la enfermedad de mi hermana,
la suya propia, y ya nunca más.
Hasta ese día último, en la primera final de Las
Tunas contra Granma, cuando yo vine corriendo de Santa Clara. Yo estaba apurada y ella me
pidió acompañarme. Yo fui muy feliz y creo que aquel día ella también. Las Tunas ganó, conoció a un par de amigos de la
televisión, sintió orgullo de ver a su hija entrevistada, de corroborar la
periodista en que me había convertido. Pero yo no era/ soy más que una fanática
como otras. Pero a los ojos de mi madre siempre era más grande mi estatura.
De su visita al estadio hay un fotograma desenfocado
que incluí en un video que meses más tarde edité. Le costó aguantar los 9
inings, pero resistió. La vida de mi madre fue una gran carrera de resistencia,
y sostuvo la marcha, hasta su último aliento.
Ahora nuestro equipo, al que le dábamos ánimo 12
años atrás, está a las puertas de ganar el campeonato. Algunos me dicen que mi
madre, desde el cielo los observa, ayuda y protege, pero mi mamá está en el
estadio. Ella los acompaña porque es una seguidora fiel, aunque a veces casi
tirara la toalla. Y yo estoy en el estadio con ella, con ellos, celebrando las
victorias que vendrán, el campeonato que ganarán, porque Mirtha Ibarra Torres
lo merece, porque los acompaña.
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