La nocturna de la cadena colombiana Caracol es y
será mi novela preferida. Comencé de casualidad a verla con mi madre, y se
convirtió, en sus últimos días, en un espacio para las dos.
Era lo único que la entretenía aquellas horas en que
estaba tan cerca la muerte. Era el momento cuando la veía contenta, emocionada
con los desenlaces de cada personaje. Mandábamos a callar a mi hermana si a esa
hora quería contarnos algo, atendía yo a las visitas si llegaban a las 11 am
para que mami pudiera seguir viendo la novela, hasta Jose Kmilo sabía que
cuando sonaba la alarma del celular era porque: “Abuela, la novela”. Él y yo
cantábamos la canción de portada y mami se sonreía al vernos.
A las 11 de la mañana mi madre era feliz por 40
minutos. Se olvidaba del cáncer corrosivo, de la ausencia eminente, del dolor
insoportable, del líquido acumulado, de la muerte acechante.
A pesar de tanto buscar los capítulos en Internet,
para que su alegría no se redujera a 40 minutos diarios, no fue sino hasta
después de muerta que pude descargarlos. Ahora los tengo todos en la
computadora y a veces espero poder llevárselos y que sepa de la muerte de
Angelito, del niño de Muriel y Faber, del hijo del profesor Mario, de la
homofobia de Guarito.
Pero mi madre murió antes del capítulo 40 y se
perdió mucho más de la mitad. Yo finalmente los descargué todos y sin embargo
seguía sentándome a las 11, como si nos preparáramos juntas para verlos.
Este martes terminó La Nocturna. Aun así recomiendo
la novela, por la forma inteligente en que trata los fenómenos de la
modernidad, porque era la preferida de mi madre unos días antes de morir,
porque me la recuerda.
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