Nos ha sucedido a los cubanos que pensando en
solucionar el hoy, no nos hemos percatado de las consecuencias que traería el
futuro. Así sucedió con el acceso casi masivo a la universidad
(afortunadamente en proceso de erradicación); la desvalorización de los
oficios; la forma de casi regalar las carreras pedagógicas y de las ciencias
médicas; y ni hablar de la apertura de servicios (como el correo
nauta en el teléfono celular), cuya amplia demanda entorpece su constancia.
Igualmente sucedió con el Programa
de Ahorro Energético que sin dudas nos benefició, pero no contábamos con
todos los recursos para asumir luego las roturas.
Altos
consumidores de electricidad, resistentes a los parches del cubano y reliquia
familiar en muchos hogares, aquellos fríos también podían dar buenos dolores de
cabeza cuando la máquina se quemaba o había que echarle “gas”.
Con el
PAE, llegaron entonces los equipos chinos que sustituyeron en todos los hogares
a aquellos “monstruos rusos”.
Más de 2
mil 600 refrigeradores de cinco modelos fueron cambiados en la ciudad de Cienfuegos, pero es el
conocido como “lloviznao” el más conflictivo de todos, a pesar de ser también,
según los técnicos, uno de los mejores.
De una
puerta, nombrado 08 por los especialistas, esa máquina adolece la poca
existencia de piezas de repuesto en el único taller de refrigeración del PAE en
la provincia.
No lo
sabrám las personas que como un cliente entrevistado esperan hasta dos años para arreglar su Haier, y
todos sabemos la incomodidad que supone para la familia cubana no tener dónde
conservar los alimentos.
Con una
corrosión evidente y el mal estado de la junta, Raúl solo cambió el mueble,
porque no existían todas las piezas que necesitaba.
El
servicio le costó cerca de mil 460 pesos, y no pudo ni siquiera llevarse la
puerta y junta nueva.
Problemas
como el de Raúl y otros clientes, pudieran solucionarse si existieran, en el
referido taller, las herramientas adecuadas. Sin embargo, aunque cuentan con el personal calificado para esos trabajos, nunca han recibido las herramientas para esas labores.
Sí,
porque estos equipos asiáticos, no pueden remendarse como los soviéticos.
Los de
la antigua URSS,
eran más duraderos, cuyos muebles tenían chapas de mejor calibre, y para esos
aparatos son la mayor parte de herramientas con las que cuentan. Además, la
vida útil de los nuevos equipos es menor y su textura en más fina, por lo que
lleva otro tipo de chapistería.
Las
piezas para la refrigeración (sobre todo evaporadores del “lloviznao”) son las
menos estables, aunque han mejorado en relación con otros años. Situaciones
como estas muchas veces demuestran la incapacidad de adelantarnos a los acontecimientos
y no avizorar las consecuencias que, a largo plazo, pueden traernos la toma de
decisiones precipitadas.
Así ha
sucedido con varios tópicos en los últimos tiempos, donde se pueden contar el
acceso casi masivo a la universidad (afortunadamente en proceso de
erradicación); la desvalorización de los oficios; la forma de casi regalar las
carreras pedagógicas y de las ciencias médicas; y ni hablar de la apertura de
servicios (como el correo
nauta en el teléfono celular), cuya amplia demanda entorpece su constancia.
Volviendo al ejemplo en cuestión, es cierto que el país necesitaba de
manera urgente un programa de ahorro energético, sobre todo por el despilfarro
en algunos hogares, y las inventadas hornillas, calentadores y toda clase de
equipos que “chupaban” la electricidad.
Sin
embargo, ahora no pasa un día sin gentío en los talleres, o largas listas de
esperas por falta de piezas, casi todas de importación. Más aún cuando los
altos precios en las tiendas
recaudadoras de divisa, obligan a continuar invirtiendo en algo que por
barato sale caro.
A esta
altura, puede que Raúl prefiriera su refrigerador ruso, y tal vez durante sus
noches como custodio se pregunte lo mismo que yo: ¿acaso, es preferible
importar antes que recuperar o reparar?, ¿por qué ofertamos servicios que no
podemos mantener? ¿Quién acaba con la maldición?
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