No sé por qué mi bisabuela le dio ese nombre, pero lo cierto es que cada 28 de diciembre, lo recordamos entre las jaranas propias de este día.
“Te cogí por inocente”, decía desde pequeña a los que un día como hoy son víctimas de bromas de buen y mal gusto, dependiendo de los “bromistas”. Sin embargo, hace algunos años que nadie “me coge por inocente”, y no porque con el tiempo me haya vuelto más astuta, (eso no lo sé), sino porque esa tradición como día para reírnos y hacernos sanas maldades, pasa desapercibido.
Ojalá me equivoque y aún existan los que aprovechan la jornada para decirte algo enredado y cogerte cuando digas ¿quéeee?, o simplemente te cambien el azúcar por sal, o peguen al piso una moneda o un billete, o simplemente sin que te des cuenta, te pongan algún cartelito pesado en la espalda, para unos minutos más tarde entre risas gritarte “Te cogí por inocente”.
Y aunque el 28 de diciembre es un día de bromas y risas, su origen como el día de los inocentes se debe a un suceso para nada feliz.
La Iglesia Católica recuerda la fecha en que el rey Herodes mandó a matar a todos los niños menores de dos años en Belén de Judea, para matar entre ellos al recién nacido Jesús.
Pero por suerte, ya el 28 de diciembre no es día de desgracias, al contrario, gastémosle bromas a amigos y familiares, para que nos cojan por inocentes, sino por culpables.
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