En
un nylon de soyurt Noel guarda sus pensamientos más lúcidos. Deambula por Las
Tunas con un maletín deshecho, de zipper roto y bolsillos deshilados. Hace 11
años se graduó de Derecho en la Universidad de Camagüey (UC). Es débil visual,
pero ya se está quedando ciego.
“Voy
al palacio de los matrimonios a que me vendan un maletín nuevo” —me dice al
reconocer mi voz y recordar mi nombre, porque mi rostro es apenas una mancha
borrosa.
“El
administrador es mi amigo y me dijeron que hay unos bolsos a 200 pesos para
quienes pertenecemos al Ministerio de Justicia. El mío ya hay que cambiarlo”.
Lo
miro alejarse por el parque Maceo. Me quedo con ganas de una entrevista. Mi madre me anima aunque la deje sola. Un
débil visual graduado de Derecho, 11 años después, puede ser un buen testimonio,
aunque su historia no sea una crónica de domingo de Julio Acanda. No termina
feliz.
Salgo
a buscarlo. Lo espero. Conversa con alguien en el Palacio de los Matrimonios. Parece
que con el administrador.
“Ya
no quedan maletines. Van a avisarme si vuelven a sacar”, me cuenta. Si él les
cree yo no tengo por qué dudar.
Nos
sentamos en un banco. A mis sentidos Noel sigue siendo el muchacho que conocí
en la universidad, el que caminaba con su bastón y máquina braille hacia
cualquier lugar. Lo invito a un café.
***
Enciendo
la grabadora. 100 nombres por minuto. Noel es una máquina de decir cosas. Algunas
tienen sentido, otras no. Comienza a divagar, a imaginar, a recordar. Pregunta
por Diana, una amiga que lo entrevistó en sus últimos días de estudiante. “Está
en España”, le respondo.
“Aún
conservo la entrevista que me hizo”, me cuenta. “Ese trabajo está en mi casa. La
compañera Rosa Elena me lo escribió en 2 hojas porque la empresa de Máquinas
Braille de Massachusetts estuvo inconforme con que se publicara una foto de su
máquina patentada en la portada de un periódico”.
El
diálogo sobre el derecho de autor no me parece descabellado pero, ¿cuándo un
boletín universitario ha tenido esos cuidados de propiedad intelectual? He ahí
la primera señal de sus delirios.
“Esa
máquina era mía, porque la patente era de Islas Vírgenes y comprada por el
Estado cubano que en ese momento le hizo un favor a mi mamá de graduarnos aquí
como profesionales ya que la misión que se cumplía era espiritual y cristiana y
tiene un carácter diplomático”, explica Noel sin respirar. “Mi mamá se dedica a
preparar dulce, yo estoy viviendo en el mismo lugar donde se destinó la misión
que es un lugar llamado Rinconcito en el municipio de Jobabo”.
No
tengo dudas. La vista y la mente de Noel están casi nubladas. Pero él quiere
seguir conversando. Aún no termina el café.
—
¿Y cómo llegaste a la UC?
—
“Estudié en La Habana en la escuela especial Abel Santamaría. Luego entré a la
UC en 2002. Discutí la estatal el 30 de junio de 2007, fue un examen de derecho
económico. Hice vida interna allí. El combustible nos lo facilitaba nuestro
gran amigo Rafael Ramírez, Ministro. La secretaria de él se llama Yalina. Le
decíamos cariñosamente “meneo” por su manera de bailar.
—
¿Fuiste el primer débil visual graduado de Derecho en la UC?
—
No.
—
Yo juraría que sí. Al menos eres el único que conozco. Nunca vi a nadie más. No
en mis años de estudio.
—Llegué
a la UC porque en La Habana habían muchas personas que querían la carrera y
había que hacer prueba de ingreso. Hice examen de premio y gracias a un amigo
mío, presidente en Colombia, Juan Manuel Santos, quien tiene una residencia en
Camagüey, en la zona de La Mosca, me gestionó y me financió la carrera.
Quizás
es lástima, compasión, dolor o esperanza, que sigo preguntándole cosas a Noel. Está
loco, pero no quiero pensar en esa palabra. Es demasiado triste para vincularla
con Noel, y él siempre fue muy alegre, aún lo es.
“Cuando
me gradué presté servicios en la consultoría agropecuaria por 10 años. Cuando la
tienda El Fénix se accidentó (nunca se supieron las causas del incendio) caí en
un hospital militar que era una especie de siquiátrico y me trataron como si
fuera un animal. Me llevaron luego, amarrado en una ambulancia, hasta la casa.
“Me
jubilaron cuando murió el Comandante Fidel el 25 de noviembre de 2016. El 25 de
diciembre llegó mi jubilación, fue por peritaje médico. Hubo un error de
competencia legal y las personas se confundieron, porque el nombre legal de mi
papá es Alfredo Arbella Pavón, pero el nombre como Ministro de Trabajo y
Seguridad Social era Alfredo Morales Cartaya. Me dijo: “no te sigas fajando con
esa gente compadre, yo te voy a resolver ese asunto ministerialmente” y me
dejaron la misma chequera del Comandante que era de tres mil 400 pesos a cobrar.
Yo cobro el 10 por ciento, o sea 340 pesos”.
Bebe
el último sorbo de café. Caminamos por la calle. No para de hablar, apenas para
coger aire. Imagino que sea un efecto de la soledad: se habla mucho cuando por
fin alguien escucha.
“Yo
trabajaba en la consultoría agropecuaria, pero ayudaba a mi papá en las cosas
del MTSS directamente. Recuerdo que tu mamá (la confunde con mi hermana Kenia,
quien fuera profesora de la Escuela Provincial del Partido en Las Tunas), nos
dio una clase sobre los seudónimos que existen, que cada agente de la seguridad
tiene uno, y eso se inscribe nada más en el Partido”.
Hay
verdades a medias en las palabras de Noel. Pero mi hermana Kenia no está viva
para confirmar o no esa afirmación, aunque sí, es cierto, muchos andan por la
vida con seudónimos.
—
¿Y ahora qué haces?
— Cortar madera con una motosierra.
—Y ¿cómo puedes? ¿Acaso no es eso peligroso para
alguien que casi no ve?
—
Para eso no hace falta la visión. Elder Verdecia, que nosotros le decimos “la
vieja pelúa”, la desrramaja y nos ayuda a acomodar los hornos, trabajamos por
la madrugada y no me ha impedido nada de prestar el servicio a la gente de la
agricultura.
Dice que unos portugueses y alemanes les compran el
carbón para hacer papel de empapelar carros. Números, resoluciones, cuentas: la
mente de Noel no parece de un abogado, sino más bien de un contador.
Le
tomo de un brazo para indicarle algún escalón o cruzar la calle y me siento
inútil. Noel no me necesita. Se vale por sí solo. Podría incluso correr, si
quisiera. Pero anda lento por la vida, con calma. Los locos, apurados y ciegos
ante muchas cosas, somos nosotros.
“De
mi año casi todo el mundo se fue para el extranjero. Recuerdo a Yudenia, que me
ayudaba a escribir los papeles, Pedro, Danae, Yeinier, Yudixán y Robiel que
sigue en el bufete de Guáimaro, me cuenta en el camino”.
Yo
apenas reconozco a algunos nombres, pero no dudo que la mayoría haya dejado el
país. Recuerdo a pocas personas de esa graduación, pero sí a Noel. A él todo el
mundo lo conocía en la universidad, no por sus diferencias, sino más bien por
sus capacidades.
***
La
gente nos mira. A todas luces yo puedo estar loca de remate por andar
conversando con un loco. Me siento culpable por sentir lástima. Noel no ve
nada, pero tal vez sienta el peso de la vista en la gente que nos juzga.
“Veo
sombras y distingo objetos. Tengo catarata congénita. Me operaron cuando era
chiquito en la Embajada de España. El gallego Ventura y el viejo Arbella, el
padre mío, estaban allí. Esto es hereditario, lo tenía mi mamá”.
Cuando
estoy por despedirme Noel me pide escuchar la grabación. Se espanta. Dice que
no es suya la voz que escucha, sino la de Yosvani, un agente del MININT que
vive por su casa.
En
vano le explico de las modulaciones del timbre vocal, las ondas sonoras, el
efecto del ruido y el aire… cualquier invención que pueda justificarle que esa
no sea su voz. Después de unos minutos, por fin los convenzo.
Quiere
mi número de contacto y no se lo niego. Del bolso negro, viejo y descolorido,
saca un nylon de soyurt lleno de papeles. “Aquí tengo mi agenda de abogado
—dice—, de las que no se enmarañan”.
Es
una improvisada libreta de hojas blancas dobladas y presilladas en el centro.
Está escrita totalmente. Pocos espacios quedan en limpio, pero ni una palabra
encima de otra, ni un solo detalle que denote la pertenencia a un casi ciego.
Para
anotar mi información acerca la libreta al rostro. No ve la escritura, sino que
la huele. Olfatea los trazos y desiste. Me pide que los escriba yo. La guarda
nuevamente y se aleja muy lento, como rastreando el camino de regreso.
Noel
Alfredo Arbella Espinosa siempre fue de los estudiantes más humildes en la
universidad. No sé dónde vive ahora ni quien lo cuida. Solo me han dicho que lo
ven a menudo, deambulando la ciudad.
Esta
debía ser una entrevista, pero él no está lúcido como para eso. La gente que lo
reconoce se pasa a la otra acera, evita cualquier contacto. No entienden que
Noel no los reconoce, porque ya casi no los ve.
La
gente suele cambiar la vista, virarle el rostro a la locura… como si ignorarla
la hiciera desaparecer.
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