Jk no sabe de ángeles ni mensajeros
o guardianes alados. Para él la palabra ángel está asociada con un compañerito
del aula, un niño autista. Ángel lo acompaña desde preescolar. Es un niño
inquieto, como todos: corre de un lado a otro, sale por la puerta, se para en
la silla, le parte la punta a los lápices, se tira en el piso. Sus compañeros
de aula le imitan. A veces la mamá de Ángel lo acompaña. Cuando ella no está es
demasiado para la maestra de primer grado.
A pesar de ser autista, Ángel debe
estar en una escuela normal, compartir con los niños, socializar. Su criterio
diagnóstico no lo obliga a estar en una “escuela especial”. Ha mejorado mucho
desde la primera vez que lo conocí en prescolar. Recuerdo la alegría del grupo
cuando comenzó a identificar las figuras geométricas, algunos números. Recuerdo
la sonrisa de aquella maestra, los aplausos en el aula.
Pero Ángel ya está en primer grado,
y este es un nivel elemental para todos los niños, más riguroso.
A muchos padres del aula les
preocupa que Ángel no permita a la maestra concentrarse en la clase y desatienda
la enseñanza del resto de los niños. A mí también me preocupa, pero no comparto
la solución de sacar a Ángel de la escuela. Mi hermana tampoco.
Entiendo todas las reacciones: la
protectora por parte del Ministerio de Educación que indica que Ángel debe estar
en un aula de la enseñanza regular; la de los padres molestos porque ven
comprometido el aprendizaje de sus hijos si la maestra tiene que concentrarse
todo el tiempo en Ángel; y la de desesperación de la maestra, con poca experiencia
y preparación para atender este trastorno y a punto de rendirse si no se haya
una solución.
Hace un año, en esta misma fecha,
mi sobrino fue a la escuela vestido de azul. Cada 2 de abril es el Día de la
Concienciación sobre el Autismo y ese color se asocia a la solidaridad con
quienes padecen esta enfermedad. En su aula de prescolar había un niño autista,
aunque ni él ni ningún otro niño notara la diferencia.
Hoy, en esta misma fecha, no sé si Ángel
irá a la escuela, a su aula de primer grado. Si la realidad fuera azul Ángel
tendría una maestra para él solo, dentro del aula de mi sobrino. Si la realidad
fuera azul los padres estarían contentos de ver crecer a sus hijos con niños diferentes
y tener desde pequeños una lección de igualdad y respeto. Si la realidad fuera
azul la maestra de mi sobrino no pediría la baja.
Por suerte, mi sobrino no distingue
el color de las diferencias. Sabe que azul es el mar y el cielo, y sabe que Ángel
es un niño igual a él, igual a otros. Para nosotros debería ser igual.
No hay comentarios:
Publicar un comentario