Jose dice que mami se fue al cielo en un avión de
colores. Cuando quiere verla solo mira hacia arriba y llama a abuela Mirtha. La
relación de ellos era especial, como la de casi todos los abuelos y sus nietos.
Se querían, aún cuando en los últimos meses ella ya no podía ayudarlo a recoger
los juguetes, ni hervirle la leche, ni mucho menos hacer planes para que fuera
ella quien le anudara la pañoleta azul. Contra su corazón mi madre decidió
desprenderse un poco de JK para que cuando ella muriera todo le fuera más fácil
al niño. Pero hay lazos que ni conscientemente pueden cortarse. Jose era uno de
ellos.
En las mañanas al salir para la escuela mami
acostumbró a Jose a responderle “a la vuelta picadillo” cuando ella le decía
“chao pescao”*.
El día que murió, en la mañana, ya mi madre casi no
hablaba. Quienes la acompañamos en casa esas últimas horas coincidimos en que
sacó sus últimas fuerzas para decirle a Jose “chao pescao” cuando salía a la
escuela. “A la vuelta picadillo, abuela Mirtha”, gritó con alegría ingenua mi
sobrino. Pero no hubo vuelta.
Lo último que hizo mi madre fue despedirse de mi
sobrino. A la forma de ellos, para que la muerte no sea muy dura para un niño
de 6 años. Ella aguantó para que él no estuviera y no viera su cuerpo inmóvil
montarse en un carro fúnebre.
“Abuela Mirtha se fue al cielo en un avión de
colores”, repite cuando ve una foto de ella o algo se la recuerda. Y yo miro
hacia arriba y también la puedo ver, sonriendo.
*Así dice una canción que sonó mucho en Cuba hace unos años. Luego la gente le agregó "A la vuelta picadillo".
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