El día que el médico de guardia me examinó los
senos, yo ni siquiera podía excitarme con su cara de doctor lindo. Estaba
asustada.
Mis miedos comenzaron en 2013, pero no con el cáncer
de seno de mi hermana Kenia. Mis miedos comenzaron un domingo mucho después,
con mis propios dolores en los senos… y no se han marchado más.
Desde entonces una displasia —normal a mi edad y por
mi condición de nulípara— debe ser evaluada cada tres meses con ultrasonido y
examen médico. Los antecedentes de cáncer en mi familia así lo sugieren.
Cada consulta, cada ultrasonido, es una prueba de
resistencia a mis nervios. Nada puede disimular mis dientes apretados, nada
puede calmarme: ni 500 padres nuestros y avemarías, ni un juego en el celular,
ni un buen libro, ni conversar de cualquier tontería o tema interesante. Tengo
miedo, siempre.
Hace dos años el seguimiento a una imagen en ambos
senos me tuvo en vilo durante mucho tiempo. Una desapareció, la otra comenzó a
crecer. “Hay que operar, no voy a correr riesgos”, me tranquilizó mi doctora… y
también me asustó.
Yo era la operada número 4 de siete. La lista era
por edad. Las tres muchachas que me sucedían se habían operado ya otras 2
veces. Y aunque disimulé calma, ellas notaron mis nervios. Y yo noté los suyos,
a pesar de conocer el procedimiento.
Cambio de ropa: bata verde. Silla de ruedas:
preoperatorio. Agujitas en las orejas para los nervios. Salón quirúrgico:
cuatro médicos; brazo izquierdo amarrado; hidrocortisona en vena para el asma;
anestesia general… y todo se apagó.
Desperté 45 minutos después en postoperatorio. Seno
izquierdo vendado. Receta con pastillas para el dolor, método para limpiar la
herida. Reposo por 15 días. Y el brazo izquierdo sin poderlo levantar.
Luego vino la rehabilitación por una bursitis, la
consulta de seguimiento externo, la recogida de la biopsia. Negativa. Alivio.
Llanto. Todavía miedo.
La cicatriz hizo un queloide en mi seno izquierdo.
Desnuda frente al espejo no se ve, pero se descubre al tacto. Es mi marca
personal, y hay quien dice que me vuelve una mujer más interesante, como
imperfecta, más real. Yo he aprendido a
quererla, más allá de esteticidades.
Cada tres meses
vuelve el ciclo atemorizante. Sigo con mucho miedo, pero mi cicatriz me
recuerda que el miedo no me puede paralizar.
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