No voy a mentirles: no lloré por la muerte de Fidel,
ni una sola lágrima. Supe la noticia tarde, pero no fue como si nada. No se me
hizo un nudo en la garganta, ni me conmoví con alguna canción.
Los palos duros de la vida me han enseñado a no
llorar ante la pérdida de un ser querido, a asumir las malas noticias con mayor
fortaleza, que no significa menor sensibilidad.
No lloré la muerte de Fidel, pero se me erizó el
cuerpo este sábado, muchas veces. “Sicología política”, diría mi profesora
Flor. Imaginé a mi madre llorando su muerte, y a mi padre, por primera vez, sin
mucho que decir.
Fidel es parte de todo eso, aunque mi generación
esté bien lejos de aquella otra de mi hermana mayor o mis padres que le
admiraban casi ciegamente.
Fidel murió, y muchas veces –tampoco voy a
mentirles- me imaginé este día. No porque lo deseara, no deseo la muerte de
nadie- si no porque uno muchas veces quiere saber en forma masoquista cómo
sería perder a un ser amado, admirado, incluso como sería nuestra propia
muerte.
Creo que el haberse alejado hace años de los
escenarios públicos, ha hecho más fácil acostumbrarse a la idea de que ya no
está físicamente, que no significa que haya muerto o que vaya a ser olvidado.
¿Cómo se puede olvidar a quien puso resaltó esta
islita pequeña en el mapa geopolítico mundial? Y estuvo al lado nuestro,
siempre.
Muchas veces dudé de algunas de sus decisiones, a la
larga fallidas iniciativas, errores, imperfecciones de la gente común, porque
sí, a pesar de su grandeza, él fue un hombre común.
Me aburrieron
muchos de sus discursos, -----no voy a mentirles- y hasta alguna vez me cansé
de verlo siempre, pero nunca, absolutamente nunca, dejé de reconocer su amor
por este pueblo, por mí misma, o dejé de admirarlo.
Porque eso sí tengo claro, me hubiera gustado tener
su capacidad para memorizar datos, para leer de todo, dormir solo 4 horas al
día, tener siempre una pregunta por hacer, y a todo una respuesta, incluso en
forma de pregunta.
Me hubiera gustado poder como él tener la voluntad
para un tiempo regular de ejercicios a pesar de cansancio, para convencer a
quienes discrepaban o incluso increparlos, para estar presente aquí y allá y en
todos lados.
Igual me hubiera gustado verlo sonreír más, cantar
alguna canción e incluso bailar.
A esta altura de mis casi 30, tengo la certeza de
que fue un hombre que admiré, que admiraré siempre. Me gustaría parecérmele,
juro intentarlo.
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