Tomado de su cuenta de Twitter |
Por Yulieski Gourriel comenzó a
gustarme la pelota en 2006. Aquella actuación suya y del equipo Cuba en el
primer clásico mundial, -segundo lugar que algunos dicen nos engañó,
particularmente discrepo, pero qué se yo de pelota-, me apasionó de a lleno en
este deporte de jonrones y ponches.
Al Yuli lo conocí unos días después
de regresar de San Juan, justo en la reanudación de la Serie.
El tal vez más
odiado/envidiado/querido/admirado por la fanaticada cubana, no me pareció,
aquel día, ni por un momento un muchacho arrogante, sino más bien consecuente,
todo el tiempo, con el peso de su apellido.
Pasaron los años, aumentaron las
glorias, y su actitud nunca cambió. Todavía no entiendo por qué algunos lo
odiaban, más allá de aquellas jugadas o ponches que en algún momento,
definieron un partido en área internacional, que luego con su accionar en otros
las borraba.
También con el paso de los años mi
interés por la pelota cubana, —que es como decir en general— decayó, y como a
los espirituanos, me dolió sobremanera cuando los tres hermanos Gurriel dejaron
los Gallos para irse a la manada de Leones de Industriales. Supongo que la
mayoría de los yayaberos aún no se los perdonan.
Luego vinieron señales, muchas, de
que el Yuli no estaba feliz en la Serie Nacional de Béisbol y no era para menos,
había logrado ya todos los récords, participado en todos los eventos, quería
probar —como es lógico, a su edad, con su talento— las ligas mayores (donde
fueran), otro nivel competitivo, preparación, esa que ni remotamente, como pudo
ser en tiempos de antaño, tiene hoy la serie nacional.
Hasta Shakira, dicen, una vez quiso
hacerse una foto con él. El muchacho estaba en su mejor momento, pero las
decisiones y actitudes retrógradas de la Federación Cubana
de Béisbol Aficionado (FCBA), no.
El contrato en Japón no duró mucho.
Fue de los primeros en irse a otras ligas a probar el béisbol cubano, y la
forró, sí, demostró la valía del deporte nacional y también del ADN de su padre.
Mas no era suficiente.
Un año más tarde renunció al
contrato, por lesiones, falta de adaptación, quizás hasta porque no le
gustaba la comida o el ambiente. En fin no quería más la liga asiática, ni
aunque alguna cláusula de su contratación permitiera la de su hermano menor.
Además "tenía de todo
—dicen muchos— hasta el paternalismo de la FCBA. ¿Cuándo se ha visto que alguien renuncie al
equipo nacional, se ausente de los entrenamientos de su nómina provincial,
incumpla un contrato con la liga japonesa y vuelva luego de titular del Cuba
como si nada hubiera pasado. Se lo permitieron a él por el apellido que lleva,
y también por qué no, por su rendimiento”.
A mucho medios extranjeros lo dijo: “me gustaría jugar en
las Grandes Ligas, donde mejor se juegue el béisbol”. Y en el fondo nosotros lo
sabíamos, pero ¿qué podíamos hacer? El
bloqueo, aunque suene otra vez a teque político-ideológico, no les permite jugar
en la MLB,
probarse en el mejor béisbol del mundo, sin dejar Cuba y renunciar a ella. Y al
Yuli le costaba renunciar a eso, me consta.ç
Pero qué puede hacer un hombre que se siente mediocre,
inútil, subvalorado en el fondo y la superficie; que ve que pasa el tiempo y su
curva de rendimiento alerta con ir en descenso; y los acuerdos bilaterales no
avanzan; y la gente ya no llena los estadios; y la FCB no tiene prestigio; y
hacemos papelazos en eventos internacionales o ganamos de chiripazo; y nuestros
terrenos no sirven; y ya la pelota no nos entusiasma, sino el fútbol
extranjero; y demoran los pagos a atletas; y no cumplimos los acuerdos; y
tantas otras cosas;…. pero qué se yo.
Sin embargo, no intento justificar la salida de los hermanos
Gurriel, ni de ningún otro atleta, aunque lo parezca. Es preciso de una vez y
por todas, cambiar la vista y analizar todas las causas, hacer algo al
respecto, de este lado y de aquel. Entiendo su decisión, aunque me quede todavía
este sabor amargo, esta sensación de pérdida.
La partida del Yuli no me tomó por sorpresa. Aunque nunca
estuvo él —ni yo—, a favor de desertar, por lo menos hay que reconocerle el
haber jugado y entregado todo por última vez a la camiseta roja, azul y blanca
a la que no podrá renunciar nunca y con la que nunca más –espero algo cambie-
podrá jugar.
Tristemente vestir la chamarra del Cuba no es ya la
principal aspiración de muchos los peloteros cubanos, y paradójicamente es el
mayor deseo de otros que juegan fuera.
El Departamento del Tesoro, la MLB y las incomprensiones de la FCBA podrán hacerles
renunciar a muchas cosas, pero nunca a la Patria, quiero pensar eso y creerlo, con todas
mis fuerzas, totalmente aferrada a ese sentimiento que tanta veces defendió.
Dondequiera que estés, Yulieski, a donde quiera que vayas,
te deseo suerte, decir otra cosa, sería pecar de hipócrita.
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