A penas diez minutos después de ser
diagnosticada con cáncer de pulmón, la profe Josefina prendió un cigarro. “Mi
alumna no puedo dejarlo”, me dijo con desgarradora sinceridad. “El estrés y la
ansiedad de todo esto solo fumar me lo calma”.
Independientemente de esta historia, yo he
visto el rostro del cáncer. Conozco de muy cerca todas sus caras, y ninguna es
agradable.
Fulminante, impredecible, misteriosa, como
una sentencia de muerte consideran muchas personas esta enfermedad, la cual es
hoy la primera causa de muerte en Cuba, por encima de infartos, accidentes de
tránsito y padecimientos cerebrovasculares.
Unos alegan a sus causas el estrés, la
predisposición genética, lo malos hábitos alimenticios, el uso excesivo de
productos químicos en los vegetales y frutas, la contaminación ambiental y el
cambio climático, y aunque nadie sabe aún a ciencia cierta cómo ocurre, muchos
tenemos la sospecha de que es un poquito de todo.
Para colmo, es hoy una dolencia sin cura,
capaz de matar más personas en el mundo que el Sida, la tuberculosis y la
malaria juntos.
Algunos de los enfermos prefieren ni
mencionar su nombre, otros muestran que buena parte de la batalla se gana a
pura voluntad, y muchos pasan tiempo escondiéndolo por miedos y temores,
postergándolo por cuidar o proteger a la
familia, o lo descubren mientras buscan otra cosa.
Y entonces, ante tales noticias,
diagnósticos, o pronósticos reservados de los médicos aparece la culpa, la
negación, las preguntas, la incertidumbre, el miedo, la incredulidad, la rabia.
Porque el cáncer, _ y ojalá esa palabra fuera
solo el nombre de un signo zodiacal_ mata. Te deja sin los tuyos, nos prescinde
de quienes conocemos y queremos: Carmen, Roberto, Rosa, Tuli, Luisa, Grisel, mi hermana
Kenia...
Sin embargo, puede prevenirse y hasta
curarse, y para ellos la detección precoz es primordial, mas no al extremo de
la actriz Angelina
Jolie, quien se hizo la mastectomía y extirpación de ovarios y trompas
preventiva, por tener antecedentes de estos tipos de carcinomas. Sin embargo,
ahora que lo pienso bien, la vida y la salud no tienen precio.
En el mundo más de 900 billones de dólares al
año se ponen a disposición de enfermos y científicos con el objetivo de
detectar una cura, una manera de mejorar la calidad de vida y de convertir esta
dolencia en crónica como la diabetes o la hipertensión arterial.
De conjunto con la industria farmacéutica,
los centros de biotecnología cubanos han desarrollado más de ocho medicamentos
para los niveles terapéutico, preventivo y curable.
Ahí está el Vidatox 30 CH,
popularmente conocido como Veneno de alacrán y disponible sin prescripción
médica en la red de farmacias. Tal medicamento homeopático resulta una terapia
complementaria para el tratamiento de los síntomas provocados por esta
enfermedad, y su eficacia en el mejoramiento de la calidad de vida no solo suma
testimonios en Cuba, sino además en
otros lugares del mundo.
Por ahí andan también estudios sobre las
propiedades antioxidantes de la guanábana, o la “sugerencia popular” de que el
cocimiento de la hoja de yuca alivia el derrame pleural en el pulmón, y si bien
no tienen basamento científico, muchos alegan sentirse mejor.
A horas tales, la medicina natural y
tradicional, puede ser también un método para aferrarse, sin desechar, ni mucho
menos sustituir, claro está, esos convencionales contra las neoplasias
malignas.
La caída del cabello, los dolores
musculares, y los vómitos y las náuseas, estos últimos cada vez menos
frecuentes por la medicación que antecede cada citostático, no pueden enturbiar
la decisión de asumir con fuerza la quimioterapia. Tampoco otros efectos
adversos pueden atemorizar el tratamiento de cirugía o radioterapia.
Para vivir es preciso hacer todo lo posible,
sobre todo cuando la aparición de tumores malignos, asociados tradicionalmente
en su mayoría a adultos de la tercera edad, en los últimos años puede
observarse con mayor frecuencia en los jóvenes menores de 35.
Las
principales localizaciones en la mujer son pulmón, mama, cuello de útero y colon, mientras los hombres adolecen
mayormente por pulmón, próstata y colon.
En toda esta incertidumbre yo solo tengo una
certeza, a tiempo es posible tener más tiempo: para enfrentarlo, sobrevivir,
incluso curarse.
Afrontarlo requiere mucho valor, no solo del
paciente, sino además de la familia.
Porque si triste es ver a alguien morir, peor es verlos padecer en una
cama por meses y en el "mejor" de los casos, años. Sentir cómo dejan
de ser quienes una vez conocimos y amamos; ver cómo sus vidas, aún con mucho
por hacer, poco a poco se apagan cual vela.
Yo he visto de muy cerca el rostro del
cáncer, aún lo veo. En mi familia vino a
resguardarse, y si bien suena a mal agüero, a boca maldita, las probabilidades
de que alguna vez su rostro se refleje en mi cara, no son remotas, sino al
contrario, cada vez más probables con el paso de los años. La predisposición
genética es cierta, está ahí.
Pero en mi rostro el cáncer no va a sonreír.
Precaver, diagnosticarlo a tiempo, puede ser una cura. ¡Estoy alerta!
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