martes, 4 de agosto de 2015

Flores negras para mi hermana blanca


Extraño mucho a mi hermana Kenia. Hoy hace una semana exacta que murió. Hoy hace una semana exacta que cerré sus ojos, durante mucho tiempo, con mucho esfuerzo, porque parecía que quería seguir mirando la vida con sus ojos pardos.
Mi Ayita, murió en mis brazos. Es la única persona que he visto morir, qué triste que fuera precisamente ella. A menudo pienso en los días en que discutí con ella, o cuando no tenía ganas de hacerle algún favor, y me pregunto si fui una buena y agradecida hermana.
Es normal, me dicen muchos, que piense en cosas como esas, porque ello es también parte de las etapas del duelo. A menudo pienso en la última vez que la vi sonreír así, a carcajadas, incontrolablemente, y a ciencia cierta no recuerdo. 

Me quedan los destellos de aquellas breves sonrisas cuando reconocía a alguien de su agrado, cuando le decía feferona por teléfono (porque en los últimos meses comía mucho), o cuando le pedía alguna prenda de vestir.
Ahora tengo mucha de su ropa, pero no la quisiera, no así, no al precio más caro de la vida: su muerte.
Extraño mucho a mi hermana Kenia. No creo que sea algo que vaya a cambiar, aunque sé que algún día reiré yo también a carcajadas, y la recordaré sin dolor, sin que como ahora salgan unas lágrimas.
Extraño mucho a mi hermana Kenia y sé que mi madre la extraña más que yo, pero ella no llora. De tanto sostenerse para no desvanecer le duele el pecho. A mí me dolieron los párpados aquel día después del entierro de tanto llorar, me duele el pecho, o peor aún, me duele el alma.
Extraño mucho a mi hermana Kenia. La extrañaré siempre.

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