De niños aprendimos en la escuela las propiedades físicas del agua químicamente pura: incolora, insípida e inodora. Sin embargo, muchas veces nos preguntamos por qué la del grifo ciertas veces parece contradecirnos aquellas lecciones del colegio.
No solo es posible notar una coloración amarillenta en los días lluviosos, o un olor a cloro sobresaliente en alguna ocasión, sino hasta sabores distintos en las originadas en pozos, lugares bien cercanos al mar u otros territorios. Cualquiera desearía entonces beber solo la de “Ciego Montero”, mas sería un duro golpe al bolsillo asumir tal ¿lujo?