Cuando
era estudiante sus compañeros de aula la recriminaban porque no quería fijarse
ni permitía que alguien copiara de ella. Así de trastocados están nuestros
valores, que a quien hacía lo correcto le llamaban “fula”.
Tras
varios años de deterioro de “estos”, los cubanos nos acostumbramos a vivir con
mala educación, groserías y otros fenómenos de este tipo en nuestra vida. Y
aquellos que cultivaron esas “maneras” sienten muchas veces que actúan con total
impunidad. A tal grado que aún hay quien se siente “intocable” y hace y deshace
a su antojo.
Hay
todo tipo de fraudes, pero tal vez sea el académico el peor de ellos porque: ¿quién
duda que aquel que lo comete en la escuela una vez, no seguirá haciéndolo el
resto de su vida?
Desde
la infancia estamos rodeados de malos hábitos que nos enseñan a mentir; padres
que le realizan a sus hijos las tareas; profesores que solicitan trabajos que
no están a la altura de la enseñanza ni de los recursos de la familia; y por
supuesto, maestros que inescrupulosamente venden al mejor postor, o a cualquier
postor, los exámenes a aplicar.
Con
ese ejemplo de algunos tutores, los más jóvenes sienten que cometer fraude no
es un delito, y por eso llaman “fula”, a quien no se acoge a semejante hábito.
No
son pocos los universitarios que han adquirido su título a base de fijarse
siempre de los más estudiosos o inteligentes. Conocimientos que se ponen a
prueba luego en la vida laboral, cuando no hay “tacos” de los que copiar y entonces…
No
serán acaso esos mismos que hicieron del fraude académico una “estrategia de
sobrevivencia en sus años estudio”, los que hoy se empeñan en apropiarse de los
recursos estatales y hacer más tortuosa la vida de los demás.
Seguramente
las personas corruptas, de doble moral, que hoy sin pudor ninguno abusan de las
necesidades de la gente común para estafar a su beneficio, fueron de los
alumnos que compraron pruebas o se fijaron de los otros, o le regalaron algo al
profesor.
Examen
a libro abierto y pruebas de la dignidad fueron algunas de las estrategias para
eliminar conscientemente el fraude académico, y aunque en algún que otra aula
funcionaron, estas medidas no fueron capaces de eliminar un fenómeno, que ha
existido, quizás, desde los propios inicios del ser humano.
A
pesar de la insistencia y la regularidad del debate, los “chivos” van y vienen,
algunos con la justificación de ser solo para rectificar.
Más
allá de excusas, el fraude es un delito recogido en el Código Penal: “revelar
contenido de exámenes con ánimo de lucro es sancionado con hasta un año de
privación de libertad, o multas, o ambas sanciones”.
La venta de un examen final de matemática, en La Habana hace apenas unos meses y
otros sucesos ocurridos en la provincia, han sacado a la palestra, estos malos
hábitos que van en crescendo.
Y
ya no es solo cuestión de alumnos, sino también de padres y profesores que
incurren en estas actitudes, esos que denigran con su actitud el respeto,
empeño y tesón de la mayoría de los cubanos.
Por
suerte, más que mentiras, aún quedan quienes denuncian estos hechos y apuestan
por que cada cual tenga según su capacidad. Al final la vida siempre pasa
factura, ya lo canta Buena Fe: Ya no importa si te lo regalaste o si fue
regalía/ a la larga los privilegios traerán miopía.
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