Por Glenda Boza Ibarra y Armando Sáez
Chávez
Recuerda como si fuera ayer aquel medio
día en que lo citaron. A esa hora le dolió el doble no haber podido alcanzar la
universidad. Los próximos dos años no pintaban bien.
Su mamá lo acompañó a aquella pequeña
oficina cerca de su casa. El oficial esperándolo era su primer acercamiento a las
Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR).
Con incertidumbre realizó su inscripción
y comenzó a prepararse para una de las etapas más importantes en la vida de los
hombres cubanos y algunas mujeres: el Servicio Militar Activo (SMA).
Apenas unos meses después de desandar las lomas del Escambray detrás
de los bandidos contrarrevolucionarios, Antolín Pérez Molina recibió la
citación. Si bien conocía de la reciente Ley no imaginó que fuera él de los
primeros seleccionados para cumplirla.
«Yo me inscribí en la oficina de mi pueblo —rememora— y aquel mismo día
me comunicaron que debía estar listo el 13 de abril de 1964 para partir hacia
una unidad militar».
El lugar de destino resultó ser la llamada Cuarta División de
Remedios. «Aquella fue una etapa dura, porque el paso de la
vida civil al rigor del régimen militar constituyó un choque tremendo para
nosotros. Me impactó mucho la forma en que debíamos realizar cada comida. Jamás
voy a olvidar aquellas órdenes frente a la bandeja: ¡Para esta fila, sentarse,
comiencen, levantarse!..., y nunca me daba tiempo de terminar».
«¿Preparación combativa? Imagine que comenzábamos con una diana los
ejercicios matutinos, descalzos y en short, todavía a oscuras; y luego nos
agarraban los cadetes con aquel paso doble continuo, que era más fácil cansar a
un caballo que a uno de esos instructores que iban al frente nuestro».
«La experiencia más rica que yo pude adquirir en mi vida lo constituyeron
aquellos tres años del otrora Servicio Militar Obligatorio, que me enseñó a
comer candela, como se dice, y a prepararme para el futuro con disciplina. Cada
maniobra, y fueron varias, era una nueva lección y enseñanza para forjarnos
como combatientes. Y también nos curtió la participación como macheteros en las
zafras del pueblo».
Atento a las anécdotas y vivencias de hace casi medio siglo narradas
por Antolín, el joven David Vega Mancebo no puede sustraerse a la comparación
entre su experiencia personal en el hoy SMA y la de este veterano de 70 años de
edad que tiene ahora a su lado.
«Al principio pensé que el reclutamiento era una total pérdida de
tiempo porque el llamado al SMA me tronchaba mi vocación musical como
integrante de una agrupación. Sin embargo, muy pronto cambié de idea y manera
de pensar cuando me permitieron en la 'previa' formar el grupo Sí por Cuba,
junto a otros compañeros con aptitudes, y posteriormente la oportunidad de
desarrollarme en esa manifestación artística».
«Como soldado de la Patria —destaca David—, estoy preparado en el
manejo del fusil y otros conocimientos de la infantería, pero también adquirí
entrenamiento sobre la lucha radioelectrónica, especialidad en la cual me formé
como oficial de la Reserva».
Para aquel muchacho del principio la
experiencia pudo haber sido traumática, pero no lo fue. Estar lejos de la casa
y la novia, y con un régimen de vida totalmente distinto no fue tan malo como
pensó.
Su mejor amigo no pudo acompañarlo por
su enfermedad; un padecimiento que lo limitó en el camino a la adultez y la
independencia.
Por eso Frank, se lo perdió. Como él no
podía contar ahora aquellos meses inolvidables que le cambiaron la vida. Sí, aquellos
días en el “verde”.
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