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Abel Santamaría |
Hacia él precisamente, el trovador dedicó su canción, la cual podría igualmente narrar la historia de los tantos mártires que murieron con el sueño de ver a Cuba libre.
Sin embargo, fueron los Santamaría Cuadrado, una familia dedicada por completo a la causa libertadora, a quienes la tortura y el asesinato de su hermano mediano con apenas 26 años, más que debilidad, dio fuerzas para continuar la lucha.
La historia de un ser de otro mundo
Contaban sus familiares más cercanos que Abel era juguetón, alegre, unas veces estudioso, otras menos dado al estudio, había que obligarlo a repasar las lecciones que le impartía el maestro, y al hacerse mayorcito, empezó a sentir deseos de estudiar, interés que llegó cuando no podía hacerlo. Relataba su hermana Haydée que desde pequeño surgieron en él inquietudes patrióticas y hablaba con mucho entusiasmo de José Martí y Antonio Maceo, tanto que en cuarto o quinto grado a finales del curso decía: “Yo soy Maceo, yo soy Maceo, yo quiero interpretar a Maceo”. En su pueblo natal por su tez blanca y pelo rubio le llamaban el Polaco, y a quienes le decían así se limitaba a decirles que él era cubano y poco le importaba lo que la gente le dijera.
A los nueve años comenzó a trabajar en la tienda del central Constancia, y allí fue mozo de limpieza, despachador de mercancía y oficinista. Jesús Menéndez, hijo también de Encrucijada, visitaba mucho el central Constancia, y en una de las ocasiones en que consiguió mejoras para los trabajadores azucareros, los hijos de don Mamerto Luzárraga lo esperaron allí y le dieron una paliza.
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