Hay fantasmas en la Casa. Todos son buenos y de muchos lugares. Unos habitan solo en sombras; otros a veces, pueden hasta verse. En la sala “Che”, el árbol de la vida los acoge a todos. Allí se encuentran vivos y muertos. No se ven, pero se sienten.
A veces los vivos esperan la llegada de los muertos, que aunque no llegan nunca, siempre están por llegar.
Hay acordes en la Casa. Unos se oyeron una vez más bajito, porque la censura hace mucho tiempo los dañó, pero al fin hoy retumban en las paredes, libres, así, como la música debe ser. Hay guitarras, filarmónicas y pianos, y hasta un silencio que allí, en la Casa, también puede ser música.
Hay crayones y pinceles en la Casa. Los hay de todos los colores, estilos y formas. Vanguardias o no, unos más viejos y otros más nuevos: hay plástica en la Casa.
Hay graffitis, también, en la Casa. Las paredes están blancas, pero solo como un papel escrito con zumo de limón (como nos enseñó mamá), la luz pasa y entonces… sí que se ven las letras en la Casa.
Allí, en la Casa de G y 3ra, cerca del mar, hay fantasmas que no se atreven a partir y vivos que, desde lejos, siempre piensan en este hogar.
Allí, en la Casa de las Américas, en La Habana, Cuba, vive el arte de todo el continente.
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