El sueño de mi madre siempre fue que yo fuera cantante. Ella deseaba verme alguna vez en la televisión, cantando alguna canción y dedicándosela. Fue su sueño siempre, aunque nunca me llevó a ninguna prueba en las escuelas de arte. Mami sabía que, si era mi destino, yo sola encontraría la forma de lograrlo.
Desde aquellas mañanas de canto matutino en la primaria y secundaria, allí cuando mi madre estaba por alguna ocasión especial, había que verla sonriendo, con sus ojos pequeños a punto de llorar. Mami adoraba verme cantar, y fueron muchos los conciertos privados que le di en aquel apartamento a donde fuimos a vivir tras su divorcio.
viernes, 9 de agosto de 2019
miércoles, 7 de agosto de 2019
Mujer y motorista: libre y desprejuiciada
De niña siempre quise aprender a manejar un carro. Solía montarme en el Niva 1600 de la empresa donde trabajaban mis padres y poner los pies es los pedales del cloche, freno y acelerador. Mil veces practicaba los movimientos, que mi papá una vez me explicó, de mala gana. Pocas veces alcanzaba a pisar los pedales a fondo. Si lo lograba, perdía visibilidad, era muy pequeña. Por suerte, el carro nunca salió del parqueo.
En el garaje de casa pasaba horas y horas montada en el carro, “soñando”. Mil veces imaginé que era yo quien le paraba a algún muchacho en la carretera, que llevaba a mi familia a pasear, que mis muñecas eran mis hijos recostados en el asiento del pasajero.Más de una vez activé sin querer el limpia parabrisas, dejé en alguna velocidad la palanca, intenté, escondida, encender el carro.
Mil veces insistí en aprender a manejar, tenía mil excusas: tienes alguien que te releve cuando estás cansado, podrás tomar toda la cerveza y ron que quieras, no tienes que hacer todas las cosas en el carro tú. Pero la respuesta de mi padre siempre fue la misma: No hasta que cumplas 18. Su respuesta escondía un prejuicio: él creía que las mujeres no deben manejar, que ese era un asunto solo para hombres.
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