A los muchachos del grupo 5 (2003-2006)
del IPVCE de Las Tunas les decían el búcaro. Eran siempre el centro. Tanto así
que estuvieron un año cantando en público el himno nacional para que “la
escuela entera aprendiera a hacerlo”. Eran conocidos por sus concursantes de
conocimientos (tan buenos que hoy uno trabaja para Google), por sus ruedas de
casino, su peña de rockeros y el octeto de hembras.
No había parejas en el grupo, pero
nadie puede negar que se quisieran.
Se recuerdan por aquel “genio gordito” a quien achacaban cada pedo; la muchacha que comía a escondidas; las “enfermas” a Britney Spears; la que se quedaba dormida y nunca relevaba a tiempo las guardias de pelotón; aquel que quemaba y vendía discos; el homosexual que nunca salió del closet y a pesar de las sospechas no fue tratado diferente; la que se quejaba de estudiar y estudiar mientras otros “vagueaban” y salían mejor; el muchacho medio ermitaño con nombre de abogado conocido e incluso los que se marcharon en primer año por bajas notas o trastornos siquiátricos. Cada uno era una individualidad diferente: querida, obstinante en ocasiones, autosuficiente.
Se recuerdan por aquel “genio gordito” a quien achacaban cada pedo; la muchacha que comía a escondidas; las “enfermas” a Britney Spears; la que se quedaba dormida y nunca relevaba a tiempo las guardias de pelotón; aquel que quemaba y vendía discos; el homosexual que nunca salió del closet y a pesar de las sospechas no fue tratado diferente; la que se quejaba de estudiar y estudiar mientras otros “vagueaban” y salían mejor; el muchacho medio ermitaño con nombre de abogado conocido e incluso los que se marcharon en primer año por bajas notas o trastornos siquiátricos. Cada uno era una individualidad diferente: querida, obstinante en ocasiones, autosuficiente.
Pero como grupo eran mucho más. Ante
los turnos intermedios de educación física aprendieron a respetarse y desvestirse
unos delante de los otros; a funcionar como un coro a pesar de varios
desafinados; se ganaban pases cortos por esmero en el TSU (trabajo socialmente
útil) y un día de apagón terminaron
fregando con arena para quitar la grasa. Aprendieron a quererse y aún después
de separarse en 12 grado, según las carreras que aspiraban, seguían andando
juntos.
Se reunieron por última vez en
2011. Por las redes sociales anda la foto de aquel encuentro. Luego, por más
que lo han planeado no han podido volver a encontrarse. El grupo anda
desmembrado por España, Nicaragua, Ecuador, Estados Unidos, Chile, México,
Uruguay y varias provincias de Cuba.
-¿Mi gente cómo andan?, a menudo
saluda alguno.
Pero es muy raro que todos
respondan a la vez. Casi siempre responden primero los que viven fuera. Los que
están en Cuba responden los chats atrasados, a veces ni siquiera pueden
hacerlo.
Allí no se habla de política,
aunque de vez en cuando alguien sugiere un tema espinoso. No les interesa, ni a
los que están allá, ni a los que están acá.
La Cuba que quieren recordar es la que
los sofocaba en el aula de 10mo en un tercer piso, o que los congelaba en
invierno cuando los bajaron en 11no, al primero.
La llena de carencias y crisis con
el agua, de cubos cargados y hasta escondidos en el aula; la de zapatos
“toco-toco” para todos y de largas filas para entrar al comedor.
La de las salidas a bailar durante
el pase; las canciones inventadas de camino al campo; las pifias y mensajes
publicados en el boletín de la vocacional; las galas culturales, el teatro casi
incendiado en una de ellas; la carta que firmaron una vez para conocer el novio
habanero de una compañera de aula.
Ahora ya todos son hombres y
mujeres en los 30. De los varones casi ninguno es padre, de las hembras, la
gran mayoría ya tiene hijos. Algunas se casaron en el extranjero, otras son
madres solteras, y algunas no tienen en la cabeza la maternidad.
Los muchachos del grupo 3 por ahí
andan, pero a pesar de la incertidumbre, la desesperanza, el éxito, los
fracasos, la distancia y el tiempo, continúan queriéndose.
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