La
cola en las afueras es inmensa. Desde horas antes la gente sabe que iban a
reinaugurar la tienda —como si eso supusiera nuevos productos y precios. Pero
aún así la cola en las afueras es inmensa.
Tras
bajar la “marea humana” aglomerada en la puerta, con la curiosidad típica de lo
nuevo, invitas a un amigo a ver cómo ha quedado el lugar.
Por
todos lados hay gente haciendo compras: lavadoras, vasos, “porta cosas” de
cocina, tasas, ramos de flores plásticas, lámparas, etc. Y con ellos la típica
matazón a la que estamos acostumbrados, porque si bien son tiendas con los
mismos productos de siempre, cuando son reinauguradas es cuando aparecen en
grupo los compradores.
Y no
pienso criticar ese comportamiento de los cubanos por más que me parezca
innecesario o exagerado. ¿A quién no le gusta lo nuevo? ¿Quién no disfruta
fisgonear de vez en cuando entre los productos de una tienda y hasta imaginar
cómo colocarías los muebles, las mesas, los estantes, si tuvieras el dinero
suficiente para comprarlos o el espacio en casa?
La
tienda Eureka, de Cienfuegos constituye una de las varias de su tipo que han
sido remodeladas en los últimos meses y vuelven a ofrecer servicios a la
población.
Sin
contar lo ilógico que me parece gastar los recursos reparando y remodelando
lugares que no mostraban ameritar tales acciones, el mercado en cuestión, tiene
valías innegables.
Entre
esas podemos contar el buró de información donde además se oferta la
posibilidad de localizar cualquier producto en otros establecimientos; mejoras
en las oficinas de transferencia de dinero, conocida como Western Union; ventas
a través del comercio virtual; una puerta que accede directamente al mercado
contiguo Progreso Cubano; y una ampliación de su área de equipos electrodomésticos.
Por
allí todo muy bonito, pero ¿quién controla o permite la exposición de productos
en estantes sin el precio correspondiente, o peor, sin estar a la venta, o el
breakafé en cuyo menú aparece la aromática bebida —por cierto, mucho más cara
que en otros establecimientos— y la cual no tienen aún a la venta.
Para
colmo escuchas a una dependienta de otra tienda —la reconoces así por su
uniforme— comentarle a su acompañante que de su trabajo sacaron productos para
colocarlos allí.
Si
es cierta o no su historia, no lo sabes, pero tampoco lo dudas. En la premura
por inaugurar obras muchas veces puedes advertir la pintura bien fresca; las
remodelaciones sin concluir o “víctimas” de la chapucería de una fecha tope;
los productos incompletos; los servicios
sin funcionar, aunque alguien asegurara en el “opening” que sí, que ya
comenzaron.
Ojalá
lo que se inaugura con premura
—aprovechando que rima— fuera solo el verso de un poema llamado “Eureka”, pero
no, es solo la frase suspensiva que podrías completar, muchas veces, con un: no sirve.
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