I
Isabela
llegó a ver las luces de La
Florida, pero nunca supo que estuvo tan cerca. Tenía sed,
hacía unas horas se había acabado el agua. En la desesperación del calor se
despojó de la camisa de mangas largas de la escuela al campo, y su piel blanca
ya no lo era tanto.
Aquellas
luces podían ser muchas cosas: un barco, algún cayo, tal vez las costas
matanceras por donde había salido. Pero a esa altura no le importaba nada, solo
quería llegar a tierra, de aquí o de allá.
Cedieron
sus fuerzas. Poco tiempo después, no puede precisar cuánto, despertó en la
cubierta de un navío diferente a la “chalupa” en la que había zarpado.
A
su alrededor no reconoció en los hombres a bordo ni a su vecino ni al novio.
Aquellos tipos hablaban en inglés y ella no entendía nada. En clases nunca le
prestó mucha atención al idioma, a ciencia cierta, no era buena en eso.
Pensó
en muchas cosas: en la familia que había dejado en Cuba; en la desconcentración
en sus estudios de la licenciatura, y abandonados a la postre cuando decidió pagar
“los miles” de aquella aventura; en las mentiras dichas a su madre.
Sufrió
por el desconocido ahogado cuando cayó del bote, y la crueldad de como fue
dejado a la deriva del mar encrespado que les sorprendió porque “el hombre del
tiempo a veces se equivoca”.
Hizo
planes: la residencia, el seguro médico, el permiso de trabajo, luego la carta
de invitación.
En
todo eso pensaba mientras seguía tapada con una frazada oscura que le echaron
encima cuando la rescataron desmayada.
II
Desde
el día de San Lázaro cuando pusieron en la facultad la alocución de Obama y
Raúl, pensó primero que se caería el bloqueo, luego cerrarían la base naval de
Guantánamo, y al final, entre estos países tan cercanos y distantes, comenzaría
un nuevo período de prosperidad económica, social y política.
Pero
muchas cosas no cambiaron, y los locos del barrio especulaban el fin de la Ley de Ajuste Cubano.
“Busca
tú en Internet, Isa, ve a ver qué dicen, es ahora o nunca”, la alentaban desde
hacía meses, y ella nunca los tomó muy en serio, aunque siempre aquella oferta
tenía espacio en sus pensamientos.
Isabela
pensaba en todo eso cuando se asomó por la borda, pero tanto olor a mar le daba
asco, y volvió a sentarse en el suelo.
Supuso
que llegaría a Estados Unidos con ellos, pero si estaba tan cerca porqué aquel
viaje demoraba tanto.
Cuando
por fin tocó tierra, fue detenida en Matanzas. La guardia costera
estadounidense la había repatriado a las costas cubanas, porque sus pies
mojados nunca se secaron, y no siempre llegar a aguas internacionales significa
llegar.
III
A
su regreso a casa, todo el barrio sabía de su salida ilegal. Le avergonzaban
las miradas de otros, pero quería aprovechar ese “único privilegio” con el que,
según ella, nacemos los cubanos. A esa altura sólo llegar a Estados Unidos,
tenía sentido.
En
dos ocasiones le negaron la visa, cuando trató de irse por Ecuador comenzó la
crisis de los emigrantes Costa Rica, y hasta una vez pretendió irse por el
estrecho de Bering, aunque no soportaba el frío.
Eran
23 años y demasiado estrés. Estaba cansada de la bodega, los precios altos, sus
consultas anuales con el endocrino, los profesores exigentes de la carrera,
algunos de los verdaderos privilegios que nunca reconoció. Dicen que no pudo con la vergüenza de quienes
la señalaron como una “balsera”, pero con lo que no pudo ella fue con la
desesperación.
Se
lanzó entonces en su segunda travesía por mar, y esta vez sí la alumbraron las
luces de la Florida,
aunque en esa ocasión no pudo verlas. La encontraron ahogada, en las costas de
South Beach.
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