Alexa Cruz Jiménez cumplirá cuatro años el 9 de diciembre. Tal vez nunca sepa que nació de forma distinta a sus amiguitos: ella es la primera niña en Cienfuegos que vino al mundo como resultado de la inseminación artificial como técnica reproductiva.
Pesó ocho libras. Muchas personas habían estado atentas al período de gestación de su progenitora, los síntomas, evolución del embarazo, tamaño y crecimiento del feto.
Y es que Yaíma Jiménez Rivero, la madre de Alexa, no le dijo a nadie de su retraso menstrual allá por 2011. Compró una prueba de embarazo en la farmacia «en divisa» y una madrugada se hizo el examen. Comparó el resultado varias veces y no podía creer que fuera positivo. Llena de esperanza se fue a la consulta a ver a la doctora. Entonces los exámenes daban negativo.
Aquellos fueron los minutos más duros: ¿Pero si la hice bien, si mi ciclo siempre es exacto, si estos tests tienen un 99,97 por ciento de efectividad, cómo puede ser posible que no esté embarazada?, se preguntó más de una vez, entre la desesperación y la zozobra, la joven perlasureña.
Un ultrasonido le confirmó entonces la alegría más grande de su vida. Sintió los latidos de su bebé en el vientre, y, casi como ráfaga, se borraron aquellos cinco largos años de continuos intentos. Yaíma, por fin, sería madre.
La atención especializada había comenzado para ella en 2010, con la apertura del Centro de Reproducción Asistida (CRA) de Cienfuegos. «Yo estaba loca por salir embarazada, sin importar cómo fuera. Por eso, cuando me explicaron el procedimiento no sentí miedo. Tuve tan buena suerte de que desde el primer intento, el 14 de marzo de 2011, lo logré», cuenta emocionada.
Para que el vientre crezca
Unas 4 000 parejas de Villa Clara, Sancti Spíritus, Ciego de Ávila y Camagüey han sido atendidas en el Centro de Reproducción Asistida (CRA) de Cienfuegos.
La institución fue creada para que «las parejas con trastornos de la fertilidad, es decir, que tienen relaciones sexuales desprotegidas por más de un año y no se embarazan, puedan acceder a estudios, diagnósticos y tratamientos», explica Práxedes Rojas Quintana, su directora.
Sin embargo, es en la Atención Primaria de Salud, con la remisión del médico del consultorio, donde comienza este camino para dar vida a un ser humano.
En el centro, ubicado en el hospital provincial Gustavo Aldereguía Lima, se atienden a los futuros progenitores, porque ese es un proceso de dos.
«Desde las primeras consultas deben asistir ambos, ya sea de ella o él la afectación. Involucra a los dos, porque si no están ambos: ¿cómo van a lograr el hijo?», apunta Rojas Quintana.
«La principal fortaleza de la institución es su equipo multidisciplinario, que cuenta con cuatro especialistas en Ginecobstetricia, una doctora en Laboratorio Clínico, una bióloga, cuatro licenciadas en Enfermería, tres en Laboratorio, y una en Psicología, además del personal administrativo», comenta Práxedes.
Según lo requiera cada caso, aquí se realizan inseminaciones intrauterinas o intracervicales, cirugías de mínimo acceso para el factor tubárico, se operan algunos miomas (fibromas) que tienen criterio quirúrgico, entre otras técnicas.
Algunos embarazos no llegan a feliz término porque hay mujeres que abortan o tienen embarazos ectópicos, pero no por eso la historia termina. «Luego vuelven a incorporarse a la consulta y seguimos intentándolo, a menos que sean causas imposibles de resolver por nosotros, pero uno es un logro», explica la directora.
1+1=3
Para concebir un hijo hacen falta dos. Sin embargo, casi siempre es a la mujer a quien se le atribuye el problema, o ella misma se lo autoachaca. A estas consultas deben asistir los dos miembros de la pareja, porque muchas veces es él el de la afectación.
«Se nota en algunos casos ese límite de creer que es “un asunto tuyo y no mío”, pero una vez que se les explica, el otro entiende y se implica. Al principio las dos personas están muy tensas. Por eso tratamos de que haya privacidad. Se ubican en locales pequeños, aunque cuando entran aquí, el personal no tiene por qué comentar sobre lo que ocurra», cuenta Rojas Quintana.
«Cuando la pareja acude al Centro se hace una evaluación psicológica integral de ella y de cada individuo que la integra. Siempre insistimos en la mujer porque suele ser más vulnerable, susceptible. En la mayoría de las ocasiones, ellas llegan ansiosas, frustradas, con baja autoestima, porque llevan años intentando concebir ese bebé y no lo logran», manifiesta Marilyn González Lima, psicóloga.
«Ante cualquier alteración, el proceso no se inicia hasta que ellas no estén equilibradas emocionalmente, ya que enfrentarán algo que no conocen. Se les explica cómo será todo, se hace el consentimiento informado y a partir de ahí se acompañan», agrega.
La enfermera Carmen Quintero Caballero estuvo presente cuando nació la hija de Yaíma. Ella comunicó a la prensa cómo había sido el parto y el estado de la madre y la niña. Con las alegrías que suceden a las frustraciones, se respiran entre el personal médico y los pacientes aires de familia.
Quintero Caballero comparte que «lo más difícil es decirle a una pareja que “no se puede”. A algunas, aunque no cumplan su sueño, buscamos encaminarlas hasta donde podamos. La mayor alegría que se vive aquí es que venga una de las pacientes y te diga que está embarazada. Todo el mundo corre a ver el “granito de arroz”, a sentir los latiditos... Siempre tratamos de que nos salga bien, lo hacemos con todo el amor del mundo», refiere emocionada.
Y para que esa voluntad llena de afectos se ensanche y fructifique mucho más, la unidad asistencial cienfueguera, que comenzó siendo un centro de baja complejidad, incorporó hace un año las fertilizaciones in vitro, técnica avanzada que permite la fecundación del óvulo fuera del claustro materno y luego es insertado en su vientre.
Explican los especialistas del Centro que cuando estaban culminando la instalación del equipamiento tecnológico necesario para estos procederes, unas 300 mujeres esperaban la puesta en marcha de los dispositivos que posibilitarían, a través de ese método, el nacimiento de sus niños, conocidos también como «bebés probeta». La fertilización in vitro era para muchas de ellas el único método posible para convertirse en madres. Y el costo de ese tratamiento, al que no se tiene acceso tan fácilmente, es bien alto en la mayoría de los países. Ahora, gracias a las bondades de un sistema social que protege los desvelos y derechos de las personas, varias mujeres esperan el feliz término de su embarazo.
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