La vez primera que estuve en su escenario, telones
abiertos, auditorio al frente, no fue para actuar, aunque bien me hubiera
gustado interpretar cualquier canción o conducir algún espectáculo. Iba a hacer
una entrevista, y a ciencia cierta, no recuerdo a quién.
El teatro Tomás Terry me abrió sus puertas una noche, cuando
recién descubría la ciudad deCienfuegos, y nunca más volvió a cerrarlas.
Mis ojos no pudieron disimular tanto asombro. Tras varios
años frecuentándolo, recorriéndolo incluso en mañanas de inactividad en sus
tablas, me detengo en los detalles de su interior, tan exquisitamente
conservados.
La primera impresión fue la de aquella elegante estructura
que sobresale en el mismo Centro Histórico Urbano,
con sus mosaicos venecianos que hacen alusión a las musas de la Tragedia, la
Comedia y la Música.
Puedo recordarme con la boca abierta, como quien queda
extasiada con tanta maravilla.
Justo a la entrada, la mirada de mármol de Tomás Terry Adams no parece la de un dueño de hacienda, rodeado de esclavos, incapaz de permitir la entrada de negros a tan lujoso inmueble cultural, más bien pareciera que contempla satisfecho cómo sus hijos hicieron finalmente realidad su sueño.
Justo a la entrada, la mirada de mármol de Tomás Terry Adams no parece la de un dueño de hacienda, rodeado de esclavos, incapaz de permitir la entrada de negros a tan lujoso inmueble cultural, más bien pareciera que contempla satisfecho cómo sus hijos hicieron finalmente realidad su sueño.
Sin embargo, detrás de las cortinas, abriendo paso al
auditorio, comienza el verdadero ensueño.
Y como yo, cualquiera estaría horas mirando hacia el techo, y si no fuera porque las luces se apagan, hasta se olvidaría de la función.
Y como yo, cualquiera estaría horas mirando hacia el techo, y si no fuera porque las luces se apagan, hasta se olvidaría de la función.
Una veintena de figuras alegóricas a la aurora, la risa, el
llanto, los retratos de la poetisa Gertrudis Gómez de
Avellaneda, el músico Gaspar de Villate y otros motivos florales, conforman el
gran mural del techo, ese que podría hipnotizarte, mientras lo vas
descubriendo.
La platea intacta —dicen que aún se levanta—, las
luminarias en los palcos, candelabros en los pasillos, todo es motivo de
miradas indiscretas, porque ante tanta belleza es imposible disimular.
Pocos sitios en Cuba tienen un coliseo como este teatro,
una reliquia del siglo XIX afortunadamente abierta todavía a la gente,
frecuentada de forma sistemática por el cubano común, consciente de que pocos
minutos en este lugar constituyen un privilegio.
Y pisar el escenario aquella noche de entrevista resultó
todo un suceso para mí.
En las mismas tablas habían actuado Sarah Bernhardt, Enrico Carusso, Ana Pavlova, Jorge Negrete, Alicia Alonso, Joan Manuel Serrat, Antonio Gades, Ernesto Lecuona, Rosita Fornés, Silvio Rodríguez, Luisa Martínez Casado, Arquímedes Pous y tantos otros.
Me sentí grande por supuesto, aunque las sillas estuvieran
vacías y nadie notara mi "ilógica" emoción. Soñé a ser uno de ellos,
y casi pude escuchar el sonido de los aplausos.
Tal sensación es posible sentir cuando se pone un pie
dentro del teatro Tomás Terry, no importa si es en sus hermosos palcos, su
elegante segundo piso, el tercero más modesto, o en el "gallinero o
cazuela". Es una joya este coliseo, en todos los sentidos. Y resulta que
cada día me abre sus puertas, y puedo incluso viajar entonces, 125 años atrás.
En el Teatro Terry vi por primera vez "El Viejo y el Mar" cuando estaba interno en el colegio de los HH Maristas de la loma. Me imagino que el barrio de Punta Gorda esté muy deteriorado.
ResponderEliminarwww.gate.net/~joachim/