De
niña mis amigos de la primaria me decían Pititi porque mis ojos se movían tanto
como los de aquel muñeco del programa Dando Vueltas. Sé que me querían, pero
fueron malos conmigo, y muchas veces, escondida, terminé llorando.
Otras
tantas le pregunté a mi madre por aquella rareza oftalmológica que me hizo
víctima del bullying en todas las enseñanzas, pero ella nunca pudo mencionar
bien el nombre: ptosis palpebral.
“Fue
el sereno de una noche”, “naciste con eso,” no fueron nunca razones suficientes
para que me tranquilizara. Dicen, incluso, que era tan exagerado el movimiento que
algunos se asustaban al verme.
Asustar
yo, ¿se imaginan?, yo que fui tan buena de chiquita que dijeron que tenía
retraso mental.
Pues
sí, con aquel sube y baja involuntario de mi párpado izquierdo, tenía miedo
cantar, hablar en público, declamar, y hasta mascar chicle. A esta altura, si no
es con gafas, todavía no me echo uno a la boca. “No me gustan”, me
justifico.
Un
día, cuando logré la carrera de Periodismo, mi hermana Kenia me acompañó al
oftalmólogo. Una muchacha técnico, casi de la familia, por cierto, me habló de
futuro estrabismo, pérdida de visión periférica, fealdad… Por suerte no llegó a
graduarse, y rompió todo lazo con la familia.
“Podría
corregirse estéticamente, pero es una cirugía muy complicada, podría dañarte la
visión y no vale la pena”, me dijo una especialista un rato más tarde. “No te
preocupes, con el tiempo disminuyen los síntomas”, concluyó.
Y
de aquella consulta salí triste ¿cómo podría hacer periodismo en televisión si
mi párpado no para de moverse? Nunca, desde entonces, traté de aparecer en
cámara. Tenía miedo, no quería que mi ojo indiscreto se llevara todo el
protagonismo noticioso.
Tuve
también miedo de nuevos amigos a quienes hacerle toda la historia y mostrarle
el movimiento involuntario del ojo una y otra vez; miedo de novios y hasta de relaciones
sexuales y orgasmos —si me daba por abrir exageradamente la boca, gritar o
hacer algún gesto de euforia, ahí estaría mi ojo izquierdo, mostrándose más
grande que el derecho.
Evité
también las fotos. En todas salía la diferencia de tamaño, a veces de forma
exagerada.
Con
tantas limitaciones, no dejé de pensar en operarme, pero siempre me detuvo la
lógica maternal: “si no es realmente necesario para qué entrar al salón. En
definitiva con el tiempo te ha ido disminuyendo, si tú te hubieras visto de
niña…”
De
todos modos, hubiera sido infructuoso ir al quirófano, me lo ha dicho un médico
hace poco, porque mi enfermedad congénita, conocida por síndrome de Marcus
Gunn, no tiene cura ni corrección.
Es
una rareza, y por eso los médicos se juntan cuando les enseño el movimiento, y
por eso la gente se extraña.
Hace
años que dejé de preocuparme por mi ptosis, dejé de mencionarla. Hice televisión
—varios programas, en vivo y grabados— y poca gente notó mi ojo indisciplinado;
tuve novios y muchos más pretendientes; aprendí a salir hermosa en las fotos
—para eso no tengo que esforzarme— y finalmente aprendí a vivir, y a vivir bien
con síndrome de Marcus Gunn. En definitiva mi diferencia, me hace especial.
ay mi Glenda, no puedes imaginar la sorpresa tan grande con que he leído toda la historia... si supieras que no fue hasta que me lo hiciste notar un día muuuucho después de empezar el primer año de la carrera, que me di cuenta de lo del ojo. Yo que siempre te he marcado como de las chicas más sexys de mi aula... cuando te menciono, mi seña para hacer que la gente recuerde cuál eras es: "mijo, la mulata súper sexy de las trenzas, te acuerdas???"... y todo el mundo siempre se acuerda. Tu ojito es algo gracioso, y que de veras te distingue y te hace especial... bueno, más especial. Y nadie nunca en nuestra clase hizo mejor televisión que tú... bueno, la Tere y tú, vaya, pa ser justa :P te quiero miji.
ResponderEliminarMija,gracias a ti. un beso enorme por venir siempre y comentar, menos mal que no te da tanto trabajo como a otra gente jejeje, besos
ResponderEliminarA mi me cuadra eso del ojo saltarín. Lo digo de verdad. La jevita me parece, vaya, única... Y es única por muchos motivos, más allá de su ojo saltarín. Lo disfruto... no te operes, muchacha
ResponderEliminarTranquilo muchacho que no me voy a operar, me tendrás que seguir disfrutando así
EliminarBravo por tí!!!
ResponderEliminarGle si no lo cuentas así, jamás me hubiese enterado. Yo nunca lo noté. Cuando era niña tuve un accidente de travesuras y con la espiga de un palo me lastime la córnea del ojo izquierdo, yo tendría unos 8 años. Ese ojito siempre lo cerraba, generalmente lo tenía gacho desde mucho antes del accidente. Me atendieron en el Pando Ferrer, me indicaron de por vida usar lentes por una miopía y algo más, a los que siempre le hice rechazo y cuando inicié la secundaria decidí en contra de la voluntad de mis padres que no usaría lentes de contacto jamás. Así fue, me sentia cómoda sin ellos. Durante el cuarto año de la universidad comencé a presentar unas cefaleas terribles. La causa:mi ojo derecho estaba presentado debilidad visual porque mi ojito izquierdo nunca aprendió a ver, así me dijo la doctora, había nacido con ello y que por ese motivo generalmente tenía ese ojo gacho, cosa conla q he vivido 29 años y de no ser por un fuerte dolor de cabeza no lo hubiese descubierto. En fin ni me siento un cíclope, me encanta posar para las fotos, hacer televisón y como tu me considero una muchacha muy especial.
ResponderEliminarYeri, ya somos dos personas especiales, jejeje. Gracias también por compartir tu historia. Un besote enorme
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