El
día que el cirujano de Las Tunas operó a mi mamá me dijo en el medio del pasillo,
que a ella solo le quedaban dos meses de vida, que se me iba a morir pronto.
Aquella
respuesta suya cuando iba de salida, apresurado, sin tiempo para responder o
dialogar con los familiares del paciente, me mostró la falta de compasión de un
profesional cuya carrera debe, en primer lugar —creo yo— compadecerse del
enfermo.
Ojalá
aquella desagradable experiencia hubiera sido la única actitud sin ética de ese
reconocidísimo médico del Hospital Ernesto Guevara, pero no lo fue. Un día más
tarde, ante la preocupación lógica de mi madre por su estado de salud y sin
conocer aún su diagnóstico definitivo tras la cirugía, le “informó” a través de
una ventana de la sala de ingresos que su caso tendría seguimiento por
oncología.