I
Isabela
llegó a ver las luces de La
Florida, pero nunca supo que estuvo tan cerca. Tenía sed,
hacía unas horas se había acabado el agua. En la desesperación del calor se
despojó de la camisa de mangas largas de la escuela al campo, y su piel blanca
ya no lo era tanto.
Aquellas
luces podían ser muchas cosas: un barco, algún cayo, tal vez las costas
matanceras por donde había salido. Pero a esa altura no le importaba nada, solo
quería llegar a tierra, de aquí o de allá.
Cedieron
sus fuerzas. Poco tiempo después, no puede precisar cuánto, despertó en la
cubierta de un navío diferente a la “chalupa” en la que había zarpado.