Mi nombre es Osombo,
nací en una aldea de África en el medio del desierto y hasta mis 15 años fui
feliz cazando animales junto a mis hermanos mayores y mis padres.
Recuerdo siempre la
primera vez que vi el mar. Ese día cambió mi vida. Recuerdo que llegaron hasta
nuestras casas y nos forzaron a caminar largas distancias encadenados. Mi padre
se resistió y recibió un fuerte golpe en la cabeza que lo dejó inconsciente.
Quedó tirado allí. Fue
la última vez que lo vimos. Y así llegamos al mar. Nos encerraron en la bodega
de un barco. Éramos casi 200 hombres en aquel poco espacio, casi unos encima de
otros. El vómito de los que no soportaban el vaivén del navío se acumulaba
entre todos y el hedor era insoportable.
Recuerdo que estaba
asustado y mis hermanos mayores solo me
decían que en algún momento saldríamos de allí. Y no se equivocaron. Un día
avistaron un barco que inspeccionaría la nave y comenzaron a lanzar a todos por
la borda.
Mis amigos se ahogaban y
gritaban. Supe luego que había sido una
falsa alarma y unos pocos quedamos vivos. Cuando por fin toqué tierra otra vez,
continuábamos encadenados. Nos llevaron a un barracón de un ingenio.
Allí conocí el amor por
primera vez. Me enamoré de una linda negrita de 16 años, pero el mayoral
también había puesto los ojos en ella. Como era negra como el azabache y el
blanco como la sal, la violaba por las madrugadas.
Recuerdo la impotencia
de la primera vez que la vi llorar en el barracón, nunca dijo que pasaba, pero
yo sabía. Aún llevo en la espalda las marcas de los látigos que me dieron
cuando tomé el machete para matar al mayoral, pero éramos pocos y yo solo
recibí golpes y varias noches en el cepo.
De puro milagro no morí.
Pero mi negra linda no pudo soportar
que aquel desgraciado español la quebrantara cada noche. Una mañana, amaneció
muerta, había decidido quitarse la vida. Fue así que una noche decidimos
sublevarnos.
En el cañaveral corrimos cuando tuvimos una
oportunidad y así nos volvimos cimarrones. Mi hermano murió luchando por algo
que luego llamaron derechos, libertad e igualdad racial. Aunque viví después de
aquel día de 1886, la gente me miró diferente hasta mi muerte, hay quienes aún
lo hacen.
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