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viernes, 30 de noviembre de 2018

Una madre moderna



“Mientras no te den golpes ni te falten el respeto grandemente hay que aguantar en un matrimonio, porque si no hay que casarse 60 veces”.
“Pues cásese 60 veces”, le respondió mi madre a una vecina que trató de encontrar en ella consuelo para las infidelidades de su esposo.
Mi madre, que fue violentada muchas veces, de muchas maneras (quién no lo ha sido en este mundo machista?) pero no fue hasta sus últimos años que entendió de violencia de género, de empoderamiento femenino.

domingo, 25 de noviembre de 2018

Violencia de género: Voy a empezar por mi hermana Kenia



Voy a empezar por mi hermana Kenia: paciente con cáncer a quien su marido de varios  años de unión consensuada le pidió, 10 días antes de salir de misión al extranjero, una “prueba de amor”: casarse por la ley.
Ella accedió y esa fue su sentencia: él vendió todas sus joyas y ropas, se mudó con su amante a la casa (la de mi hermana, hecha a puro sacrificio con otro esposo muchos años antes de conocer a este susodicho), nunca le guardó su salario, se gastó todo el dinero que mi hermana le dejó en una tarjeta como beneficiario y a base de cambiarle el juego y hacerse la víctima, la engañó.
En la familia no quisimos hacerle presión a mi hermana después de intentarlo y ser creídos a medias. ¿Qué podía resolver ella a tantos kilómetros de distancia, sin una fecha aún de regreso, sin una prueba? Pero le dio cáncer y todo cambió.

viernes, 23 de noviembre de 2018

Cábalas de vida y muerte. Cábalas de viernes.



Alguien me dijo yo me invento cábalas. Cábalas de vida y muerte. Que necesito hallarle a todo coincidencias, presagios. Yo no me invento cábalas, la vida me las da.
Todo empezó con Marisol, la hermana más pequeña de mi madre que murió a los 14 años, un 7 de noviembre, el mismo día del cumpleaños de otra de sus hermanas. Así inició la maldición de los Ibarra Torres: una triste coincidencia entre fechas de muerte y nacimientos.

viernes, 16 de noviembre de 2018

La enfermera especial


A mi madre le costó reconocer que se volvía dependiente. Hacia sus últimos meses de vida se lamentaba por ser una carga para sus dos hijas. Aligeraba el peso siempre que podía. Aprendió a vomitar en silencio para no molestar a nadie, a soportar las ganas de orinar en la madrugada para que nadie tuviera que levantarse, a buscar la forma de acomodar su cuerpo para evitar las escaras, a sacar las últimas fuerzas para ir sola al baño.
Ni enferma, ni ya casi sin fuerzas, mi madre quiso toda la atención para ella. Nunca renunció a su independencia. Pero a veces el cuerpo no responde, se revela, no hace caso.
Cuando ya no pudo hacerlo sola, me miraba con resignación. Yo trataba de consolarla recordándole cuánto hizo lo mismo por nosotras cuando éramos niñas: “ninguna de las tres me dio trabajo nunca”, me respondía ella.
Yo era feliz echándole el agua, aunque eso significara una herida tras cada roce.
 La última vez que la bañé me dijo que yo era su enfermera especial. Ese día, tras una convulsión, sonrió de alegría por el baño que le había dado. Fue la última vez que la vi sonreír.



viernes, 9 de noviembre de 2018

Morir con los ojos abiertos



La mayoría de la gente muere con los ojos abiertos. Hay que cerrárselos. Incluso aquellos que mueren encamados, mueren con los ojos abiertos. No puede ser de otra manera cuando estamos vivos.
Entonces, cuando alguien muere con los ojos abiertos, hay que cerrárselos, aunque yo no sepa por qué. Quizás pensamos que así, como dormidos, ya descansan en paz; quizás no queramos que sigan mirando al mundo, que nos sigan mirando.

A veces creo que es algo más simple: cuando una persona muere, mientras tenga los ojos abiertos, puede mirarnos dentro.

viernes, 2 de noviembre de 2018

Mamá casi al final*



Mi pobre madre yace moribunda en una cama. Aun así debe ser de los pocos pacientes que esperan una ligera mejoría para recibir quimioterapia. A ella cada sesión, cada ciclo de citostático, la hizo feliz: le daba esperanza.Ahora ya su cuerpo no soporta esa fórmula química hecha para matar células, buenas o malas sin discriminación. Ahora su cuerpo no sostiene los vómitos, que vienen seguidos de cada comida —como mal augurio— que traen restos de comida putrefacta; y gotas de sangre; y un líquido amarillo, espeso, que nadie sabe explicarnos qué es, que tampoco nosotras queremos saber

jueves, 1 de noviembre de 2018

Leñadora fuera del bosque



Por vivir desde hace 7 años fuera mi provincia ir al estadio bien podría parecer un suicido. Ni el disimulo de no vestir mi pulover de Las Tunas puede esconder mi procedencia oriental. Un hit, un jonrón, una carrera me levanta del asiento, me saca un par de gritos y chiflidos, me delata.
Sigo a Las Tunas desde siempre, y por eso he tenido que aguantar “palestina” en el estadio de Camagüey, burlas en el de Cienfuegos, improperios en el de Granma, miradas ofensivas en el de Villa Clara.