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viernes, 30 de noviembre de 2018

Una madre moderna



“Mientras no te den golpes ni te falten el respeto grandemente hay que aguantar en un matrimonio, porque si no hay que casarse 60 veces”.
“Pues cásese 60 veces”, le respondió mi madre a una vecina que trató de encontrar en ella consuelo para las infidelidades de su esposo.
Mi madre, que fue violentada muchas veces, de muchas maneras (quién no lo ha sido en este mundo machista?) pero no fue hasta sus últimos años que entendió de violencia de género, de empoderamiento femenino.

Sin embargo, siempre fue una mujer independiente y no creía en aquello de “las mujeres tienen que ser protegidas por los hombres”. Con veintitantos años se echó encima la manutención de toda su familia, y se casó varias veces, muchas más de las que ella contaba o quería recordar. Después de su muerte hayamos las fotos, y lejos de decepción, sentimos mucho orgullo.
Hizo lo que quiso mientras pudo. Paseó, fue feliz. Con un técnico medio en mecanografía se enfrentó a la computación y sobrepasó en conocimientos a licenciados e ingenieros. Competía con ellos en los FORUM de ciencia y técnica, y siempre cogía premios.
Mi madre, a pesar de ser violentada muchas veces, de muchas maneras, por la sociedad y su familia, fue una mujer empoderada. Y nos enseñó a serlo. Quizás tuvo que ver con sus inicios en la policía, cuando no temía parar a un chofer y ponerle una multa; estar en una escena del crimen; disparar el arma que cargaba en la cintura. Quizás tuvo que ver con su vida dura, durísima, la misma que la obligó a empezar a trabajar a los 14 años, olvidarse de la escuela de piano, lavar y planchar para la calle.
A puro esfuerzo nos obligó a estudiar, a estar entre las mejores, a ser universitarias. Nos enseñó la importancia del trabajo, de ser independientes. Unas aprendimos más que otras, pero todas la enorgullecimos, siempre.
El divorcio de mi madre fue el definitivo. Nunca más se casó, se dedicó a criarnos, y como ella misma decía se convirtió en una madre moderna.
Entendió que la mitad de mis amigos fueran hombres, durmiera con mi novio en la universidad, llegara tarde en las noches los fines de semana. Entendió cuando mi novio se quedaba en la casa, cuando me fui a vivir con él sin estar casada y me mudé a otra provincia.
Quiso salir a defenderme cuando sufrí de acoso laboral. Ella le hubiera “partido la cara a mi jefe”, pero aceptó que yo podía defenderme sola, que había crecido lo suficiente y que no me mantendría en un lugar donde me sintiera pisoteada, donde alguien presumiera y exigiera de algo que no es.
Mi madre fue una madre moderna, como ella solía decir. Bastó explicarle un par de cosas para que entendiera el artículo 68 del actual Proyecto de Constitución y se despojara de décadas de prejuicios.
En sus últimos años entendió de violencia y que las desventajas de ser una mujer en una mundo machista y patriarcal no pueden detenernos. En esa última conversación seria que tuvimos, pocos días antes de su muerte, me sermoneó: no dejes que nadie te machuque, te humille ni te pisotee; mucho menos un hombre.

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