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domingo, 25 de noviembre de 2018

Violencia de género: Voy a empezar por mi hermana Kenia



Voy a empezar por mi hermana Kenia: paciente con cáncer a quien su marido de varios  años de unión consensuada le pidió, 10 días antes de salir de misión al extranjero, una “prueba de amor”: casarse por la ley.
Ella accedió y esa fue su sentencia: él vendió todas sus joyas y ropas, se mudó con su amante a la casa (la de mi hermana, hecha a puro sacrificio con otro esposo muchos años antes de conocer a este susodicho), nunca le guardó su salario, se gastó todo el dinero que mi hermana le dejó en una tarjeta como beneficiario y a base de cambiarle el juego y hacerse la víctima, la engañó.
En la familia no quisimos hacerle presión a mi hermana después de intentarlo y ser creídos a medias. ¿Qué podía resolver ella a tantos kilómetros de distancia, sin una fecha aún de regreso, sin una prueba? Pero le dio cáncer y todo cambió.

Las mujeres con enfermedades crónicas son más vulnerables a la violencia de género, ya sea física, económica o emocional. Años antes de morir mi hermana Kenia sufrió de esos tres tipos de violencia.
Todo empezó cuando ni ella ni él le dieron importancia a sus molestias en los senos. Lo más importante era terminar la misión, disfrutar las vacaciones, hacer la casa. El tiempo pospuesto en atenciones de salud le cobró luego a mi hermana: regresó desde Venezuela de manera urgente por un avanzadísimo cáncer de seno izquierdo.
19 días en el hospital Hermanos Ameijeiras. Mami y yo estuvimos todo el tiempo a su lado. Su esposo —a esa altura ya viviendo con otra mujer pero sin decirle a mi hermana— viajó al hospital, estuvo par de días, recogió parte de los regalos que mi hermana le llevaba a él y a sus hijos, y se largó.
Regresó casi un mes más tarde a recoger el resto de sus pertenencias. La llamó dos o tres veces y un buen día… silencio.
Mi hermana Kenia estaba enamorada de él. Le costó acostarse cada noche esperando su llamada, atar los cabos de cada una de sus mentiras, comenzar a creer las verdades que le habíamos alertado desde antes. Sufrió, más que por su enfermedad ya en fase IV, por el abandono de su marido en el momento que más lo necesitaba.
En el primer viaje a Las Tunas ya había hecho su testamento y me había nombrado su apoderada: había decidido divorciarse pero no quería estar presente en aquella disolución del matrimonio que sería más dolorosa que cualquier cáncer.
Cuando trató de entrar a su casa, el hijo de su esposo (a esa altura no se habían separado oficialmente aún) le impidió entrar. “No puedes entrar hasta que no llegue mi papá”. Pero yo siempre fui una gallinita de pelea. Y no me dio la gana. Abrimos la puerta y entramos, en definitiva ¿cómo iba a prohibirle a mi hermana entrar a su propia casa?
No estaban sus pertenencias: zapatos, joyas, avituallamiento, ropa. A penas dos uniformes de enfermera colgados en el armario. Le habían vaciado su casa: refrigerador, fogón, cama, plancha, ollas. Todo estaba en la casa de la amante convertida ahora en mujer. Solo quedaba la computadora donde jugaba el ingrato hijo del ex esposo (mi hermana le permitió mudarse a su casa porque en la de su madre le iba mal en los estudios).
Avisado por el hijo llegó el padre y lo acusó de robarle a mi hermana. “Él te vendió las cosas”, le dijo sin asumir la responsabilidad por el hijo ladrón que estaba criando. Aún después de 5 años de aquellos tristes sucesos por ahí anda la conversación grabada (no sé si fueron las películas pero aprendí a grabarlo todo).
Lo que siguió es solo otra de las vulnerabilidades de las mujeres violentadas. Visita a la estación de policía; intento fallido de poner una denuncia por robo: “como están casados por papeles no podemos hacer nada”, dijo el oficial. Frustración nuestra, dolor inimaginable de mi hermana. El cáncer no duele tanto como una de estas decepciones.
Acuerdos para el divorcio y finalmente disolución del matrimonio. Mi hermana recuperó su casa (legalmente su marido no tenía derecho) pero nunca sus pertenencias.
Se recuperó de aquel amor fallido, pero nunca del cáncer. Murió casi dos años después, amando a alguien que nunca pudo violentarla: Dios.


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