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jueves, 14 de diciembre de 2017

El Niágara en una Minerva

Bicicleta Minerva (2)












Varios meses esperando y al fin las descubres a través del cristal de la tienda. Quedan exactamente ocho y, al parecer, no hay cola. La escoges verde entre el resto a pesar de los raspados en la pintura del guardafango. Te apresuras porque el dependiente te contó de los dos muchachos que minutos antes vinieron a llevárselas todas. Seguramente son los mismos que en la calle las venden en 140 CUC. Para tu suerte, a ellos les fallaron las tarjetas magnéticas.

Lo normal sería que compraras la bicicleta lista para montar en ella. Pero, al parecer, los 104 CUC que pagaste no son suficientes y tendrás que exprimir más el bolsillo para que un mecánico ajuste cada tuerca, engrase, apriete los rayos y posicione cada pieza y aditamento en el lugar adecuado.

La bicicleta casi no rueda, pero aún así te la llevas a casa —en un transporte alquilado—. No te asaltan sospechas, el mismo dependiente te ha dicho, con amabilidad, que antes de montarla debes darle un «mantenimiento general». Si lo piensas demasiado, el consejo podría sonar como un mal augurio. Pero no, hoy es tu día de suerte. ¡Pudiste comprar la Minerva!

Ya en casa detallas cada chapucería: la tosca soldadura en la unión de las partes, las manchas de herrumbre en los guardafangos, las calcomanías que se despegan solas… La terminación es tan «deficiente» que ni el pomo para agua logra acoplarse a su soporte. «Son detallitos», piensas para consolarte, sin saber que lo peor vendrá mañana.

Al otro día encuentras un mecánico confiable —de esos que no te jugarán gato por liebre—, pero el proceso de mantenimiento dura varias horas. Mientras, solo piensas en rodar y rodar en tu nueva bicicleta, dejar ir las guaguas atestadas, resolver mil diligencias y hasta en soltar las manos del manubrio. Pero el mecánico te sorprende con cara de acontecimiento: «Cámbiala —te dice—, el cuadro está jorobado completamente y eso aquí no se puede arreglar».

Se termina la emoción y se esfuman tus planes. Mañana debes ir a la fábrica, allá es dónde reciben los productos todavía en garantía.

Otra vez alquilas un transporte y vas hasta el otro lado de la ciudad. En la propia fábrica un técnico adivina automáticamente la afectación de su modelo 24. «Cuadro desalineado», consta en la planilla a entregar en el taller y tú también te sientes «desalineado» después de tantas molestias, preguntándote si por casualidad tendrán libre la plaza de control de la calidad.

«¿Puedo cambiarla por otra aunque sea de color distinto?», pregunta el encargado. Tú asientes. Todo lo que deseas es una bicicleta —ya no te importa de qué color—. Vuelve la emoción de imaginarte pedaleando por toda la ciudad.

Pero ese sueño está desalineado como tu bicicleta, y como todas las que quedan en el almacén. No hay cambio posible. Sales de la fábrica carta en mano para reintegro del dinero y unas breves disculpas del fabricante.

Transporte alquilado mediante —¡para atrás con la misma bicicleta!— llegas a la tienda. Te consuela saber que, al menos, tendrás de vuelta los 104 CUC del gasto inicial. Si sumas el costo de los primeros arreglos y el alquiler de transporte ya hubieras comprado aquella revendida que, por cierto, sí estaba lista para montar.

Sorteas primero los asuntos personales de la jefa de piso, más importante que el respeto al cliente, luego otra dependienta sugiere que es imposible devolverte el dinero porque falta el comprobante de la tarjeta. Tú sonríes, insolente.

Además de que el comprobante de la compra fue presillado a la garantía y nadie te indicó que era preciso conservar el de la tarjeta, no crees que pueda ser muy difícil encontrar la copia en un servicio digitalizado cuya fecha, importe y número, consta en el papel. Pero «eso demora», afirma la dependienta. Solo ripostas: «Tranquila, yo espero». No vas a renunciar así de fácil a los 104 CUC de tu bicicleta.

Gestión terminada sales a la calle y un bicitaxi reproduce a Juan Luis Guerra a viva voz: «porque es muy duro pasar el Niágara en bicicleta», mucho más si es una Minerva, piensas y finalmente sonríes, para no llorar.

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